La “reforma agraria” que impusieron al país en tiempos de la junta golpista en 1980, a lo que se agregan las compras de granos a mercaderes de Sinaloa (la región de México donde opera el cartel de Sinaloa) a precios por encima del mercado, han golpeado la capacidad de producción de nuestra agricultura, lo que pone en grave riesgo la “seguridad alimentaria” de la población, especialmente de los sectores que han caído en pobreza a causa de las erráticas políticas del régimen y en estos momentos en que se teme una hambruna global.
En los Años Treinta y a causa de la Gran Depresión, largas filas de gente esperaban para recibir un plato de sopa, lo que está sucediendo en Afganistán después de graves calamidades, de las cuales la peor es la toma del poder por los enloquecidos talibanes, que mientras por un lado están pidiendo ayuda para evitar una hambruna, por el otro amenazan a quienes quieran interferir con sus salvajadas, como lo advirtió el máximo cabecilla envuelto en trapos.
Por la “reforma” de 1980 las mejores tierras de labranza del país están en manos de “cooperativas”, se dice que todas en quiebra, sin que puedan por ley ni venderlas ni arrendarlas por más de un corto tiempo, lo que impide que puedan desarrollarse siembras a gran escala. “Reformar la reforma”, permitir que los grupos en cuyas manos se encuentran esas tierras puedan venderlas, es un paso importantísimo, tanto para asegurar la sostenibilidad alimentaria, como para generar cientos de miles de empleos en el agro, empleos desde los niveles más modestos hasta profesionales, como fitosanitarios, geneticistas, agrónomos especializados.
No puede una nación acarrear “por los siglos de los siglos” un monumental disparate que tanto daño causa a toda la población. Reactivar el agro, lograr que vuelvan a reverdecer tierras que en su mayoría son potreros estériles, equivaldría a revertir el rumbo al desastre que se lleva, a lo que se suma que eso beneficiaría desde las comunidades que mejorarían sus ingresos hasta el gobierno central, que se encamina en estos momentos a una bancarrota.
Lo que movió a imponer la reforma agraria fue una descomunal estupidez: que la tierra debe estar en manos de quienes la trabajan. Pero tal cosa es una descomunal falacia por los motivos siguientes:
el aporte que hace la tierra para obtener una cosecha no pasa de un 16 ó 17 por ciento. El resto de los aportes son:
mano de obra, trabajo; maquinaria agrícola, fertilizantes; riego, bodegas, recolección de cosechas; transportes, pago de intereses por el capital empleado.
Lo siguiente es dejar que sean los mecanismos de mercado los encargados de poner a disposición de la gente esas cosechas, evitando que sean burocracias las que metan pezuña y, con frecuencia, terminen robando parte de las cosechas, como sucedió con los paquetes de granos que en teoría iban a distribuirse “al pueblo” pero que los picarazos vendían y se embolsaban el dinero.
Granos habrá en abundancia si nadie está robando…
En esto se puede decir que “granos habrá y los precios de la canasta bajarán” si nadie roba o roba poco, recordando el lema de un excandidato que pregonaba a los nul pensantes que “el dinero alcanza cuando nadie roba”.
Por ahora las familias pasan muchas dificultades, las señoras que venden pupusas y tortillas se han visto forzadas a subir los precios (en una parte a causa de la agresión de un desquiciado mental y envenenador, Putin, a Ucrania ).
Si mejoran las cosechas, el país puede hacer acopio para la época de vacas flacas y los precios forzosamente van a bajar…