Lamentablemente pareciera que solo cuando nos sucede una tragedia es que decimos algo, nos expresamos, y tardíamente denunciamos. Mientras, la vida del común salvadoreño es pasar inadvertido, no tomar protagonismo, no querer ni siquiera conocer la realidad. Todo se resume a creer lo que las redes sociales nos ofrecen, nos venden; sin embargo conocer la tragedia que viven miles de familias en el país, donde uno de sus miembros ha sido detenido, torturado y asesinado no es lo que nos importa. Deberá ser hasta que el dolor nos toque a nosotros, entonces saltaremos, pondremos el grito en el cielo ya sea por buscar la liberación de nuestro pariente, por saber dónde está recluido o que nos avisen que murió dentro de un centro penal.
Lo que sucede en El Salvador es gravísimo, debería ser que la sociedad entera conozca, se entere del drama que viven esas familias pero evitamos mimetizarnos con el dolor ajeno; las iglesias , los partidos políticos, organismos que deben violar por el respeto a los derechos humanos y la sociedad civil guardan silencio, nadie quiere decir la verdad por dolorosa que ésta sea; mientras las capturas antojadizas donde el objetivo es lograr el mayor número de detenciones se realizan con toda la impunidad de mundo, familias que no tienen que comer, que deben gastar una cantidad de dinero para ir a visitar a sus seres queridos, comprar lo que se les solicita con relación a la limpieza y esa mente que vive y escucha cómo torturan al compañero de celda, debe, de estar fragmentadas. ¿Cómo se abordará en el futuro la salud mental de toda esa población que sufrió las vejámenes más bajos que un estado pueda ejecutar? A nadie le importa.
El objetivo es ser indiferentes. Nadie quiere ponerle rostro a ese dolor, a esa señora que fue detenida por la denuncia de una persona con el objetivo de causar daño, de vengarse por algo que sucedió y tenemos familias sin rumbos, hijos que lloran abrazando el ataúd de sus padres. Nada nos sacude y no será hasta que un hijo nuestro, un conocido o un vecino sea detenido cuando quizá entendamos el dolor, la inseguridad, la angustia de una familia pues la única diferencia es que es un conocido; mientras, poco valoramos la vida de otros y el país vive un luto. Somos fáciles de ser convencidos y no entendemos que la vida es cualitativa, no se trata de que “los daños colaterales” sean válidos. Esos “daños colaterales” tienen esposa, hijos, empleo y se acepta la muerte como algo que es parte que debe sufrir cualquier detenido.
Valdría la pena preguntarnos ¿qué nos pasa? Y contestar que nada nos pasa, esa indiferencia ante la tragedia nacional solo dice que vivimos aislados, somos como islas que evitamos estar cerca del otros; no nos gusta revisar nuestra historia y en un santiamén estamos ante otro tipo de guerra civil donde poco importa los más de ochenta mil muertos que el conflicto armado dejó.
Nuevamente vivimos las detenciones arbitrarias, la tortura, reventar la poca unión que tiene la familia salvadoreña. Nada nos hace ponernos del lado del detenido. No estoy abordando si la captura es justa o injusta, no. Me interesa enviar un mensaje a quien me lee para que abramos los ojos, que dejemos de estar distraídos y que así como la pobreza cada día más marcada nos va derribando, así debemos conocer lo que se vive en nuestras cárceles, que tristemente hasta que no estemos con un pariente detenido, no conoceremos el dolor de esas familias.
Médico.