Cada primero de septiembre inicia en Rusia el año lectivo. Es una fecha solemne. Se le llama “Día del Conocimiento”. Padres y abuelos acompañan a sus alumnos a clases. Todos van vestidos con su mejor ropa. Eran los últimos días del verano de 2004 y en la Escuela No.1 de la ciudad de Beslán, una pequeña ciudad en el centro del Cáucaso, todo marchaba de maravillas: unas mil doscientas personas se habían reunido en el patio central de la escuela. Felices… hasta que apareció un camión militar.
Hombres armados saltaron sorpresivamente mientras disparaban al aire y gritaban “¡Allahu Akbar!”. Se trataba de rebeldes musulmanes chechenos, contra los cuales Rusia estaba desarrollando una terrible, sangrienta e impopular guerra desde hacía varios años.
Las autoridades policiales se vieron abrumadas desde el mismo inicio de la toma de rehenes. Horas después, una mujer fue liberada con una nota que advertía que los terroristas dispararían a cincuenta rehenes en caso de que las autoridades asesinaran a uno de ellos. Para demostrar que no se andaban con cuentos, iniciada la tarde empezaron a matar cada treinta minutos a rehenes hombres, uno a uno, y los tiraban por la ventana de la escuela. Salvajismo, locura y terror puro y duro.
El gobierno ruso dio declaraciones mintiendo y minimizando la situación de los rehenes: hablaban de 354 personas retenidas, cuando la realidad era un número cuatro veces mayor. Los funcionarios cacareaban nerviosamente ante los medios controlados por el Estado (que, para esa fecha, eran casi todos) que “la situación estaba controlada”. Paradójicamente, tanto los ciudadanos comunes tanto como los terroristas se sintieron molestos ante la manipulación y mentiras que respecto al caso estaba haciendo el gobierno bajo órdenes directas de Putin.
La policía, el Ministerio del Interior, los órganos de inteligencia del Estado y las Fuerzas Armadas estaban paralizadas. Putin las había cooptado, infiltrado y manipulado a todas. La realidad es que su función estaba más orientada a proteger el gobierno, imagen e influencia política del presidente, que en defender los intereses de los ciudadanos. De hecho, esas mismas autoridades de seguridad —que habían fracasado estrepitosamente en prevenir la toma— estaban teniendo mucho éxito en detener a periodistas independientes y a opositores políticos, con tal que la realidad sobre lo que se vivía en esa pequeña escuela no se supiera.
Para esa fecha Putin había creado en su gobierno una “vertical de poder” que malamente funcionaba en tiempos de paz, pero en un momento de emergencia máxima como ese, en el que las autoridades deben ejercer sus cargos en forma ágil e independiente, simplemente no funciona. Los funcionarios estaban paralizados y aterrorizados de tomar una decisión que pudiera disgustar al mandatario y los expusiera a ser removidos del cargo… o algo peor.
Pero el tiempo no se detiene ante una burocracia paralizada y dubitativa. La situación de los rehenes empeoraba cada hora que pasaba. Los terroristas no les daban ni agua ni comida. Los muertos eran tantos que en 48 horas ya solo quedaban alrededor de mil rehenes en la escuela. Los cadáveres se empezaban a descomponer. Bajo ese escenario dantesco, los terroristas expusieron términos simples: querían que Rusia se retirase de Chechenia y le concediera la independencia. Putin se negó rotundamente y ordenó el ataque a la escuela.
El 3 de septiembre se escucharon dos explosiones sucesivas, tan fuertes que arrancaron el techo junto a sus vigas. Las ventanas explotaron. Decenas de rehenes murieron inmediatamente. A continuación, se armó una balacera feroz que duró diez horas. Los soldados de afuera disparaban a todo lo que se movía previendo fuera un terrorista; eso los llevó a matar a muchos rehenes que intentaban escapar del fuego cruzado. La operación de rescate fue tan chapucera que no había ni bomberos ni agua ni médicos ni ambulancias. Nada.
El “rescate” se transmitió en vivo por medio de diferentes noticieros; claro, ninguno de ellos era de la televisión rusa, que estaba firmemente censurada por el régimen. De hecho, mientras ciudadanos rusos eran masacrados, en televisión nacional se encontraba pasando como programación regular, una muy popular novela de moda. Y mientras las balas volaban, los funcionarios daban entrevistas sobre los éxitos económicos impulsados por las políticas del gobierno.
Cuando todo terminó, 334 rehenes habían muerto, 186 de ellos, niños; pero el terrible saldo de la tragedia de Beslán no generó cambios en el Gobierno. Ninguna autoridad fue removida de sus cargos por incompetencia; al revés, Putin anunció que ajustaría el control político del Kremlin desmantelando un poco más los vestigios del gobierno democrático.
Ahora, salvo un breve período entre ellas, Putin lleva ya 4 reelecciones. Se prevé que gobierne hasta 2036. Por los vientos que soplan, si en El Salvador seguimos así, como que nos va a llevar Putin… Eso sí, cámbiele la “in” y póngale “as” y así entenderá lo que te digo…
Abogado, Master en leyes@MaxMojica