Durante los últimos meses que El Salvador ha vivido bajo las constantes prórrogas del Régimen de Excepción, hemos atestiguado cómo el gobierno de este país ha topado la conversación pública de una sola cosa: la guerra contra las pandillas. Y aunque es una realidad que la población salvadoreña anhela un país mucho más seguro, la propaganda gubernamental nos oculta varias verdades, algunas muy oscuras y otras que derraman sangre a costa de intereses electorales y de una desmedida ambición de concentración de poder.
La propaganda de guerra que ha instalado el gobierno se sostiene sobre dos falacias: la primera es la justificación del Régimen de Excepción, y la segunda busca provocar que el tema de seguridad abarque toda la conversación pública para desplazar otras problemáticas nacionales frente a las que ha fracasado la actual administración. Descifremos la primera falacia. La maquinaria de propaganda ha instalado una narrativa que le haga creer a la ciudadanía que el Régimen de Excepción ha dotado de herramientas a los cuerpos de seguridad pública para apresar a los pandilleros. Esta perversa justificación oculta que los 87 homicidios que ocurrieron entre el 25 y 27 de marzo de este año fueron producto de la ruptura del pacto que este gobierno sostenía con la MS-13. Entonces, ¿El Salvador está en guerra con las pandillas por qué el gobierno la provocó o porque esa es su política de seguridad pública?
La segunda falacia responde a la constante necesidad de acaparar la atención mediática y de esconder las incapacidades de gobernar como también la enorme cantidad de mentiras que caracterizan a este gobierno. El pasado primero de junio, cuando el Presidente llegó a la Asamblea Legislativa, el país entero y la comunidad internacional observaron cómo un discurso de rendición de cuentas terminó siendo un discurso propagandístico. “Estamos a punto de ganarle la guerra a las pandillas”, dijo en aquel entonces, mientras que ayer, al enterarnos del asesinato de 3 policías, el Presidente prefirió señalar a organismos de derechos humanos en lugar de asumir responsabilidad. Cuando le conviene va ganando la guerra, y cuando no le conviene, se aprovecha de la situación para repartir culpas o para justificar el autoritarismo con el que gobierna. Esta propaganda de guerra ya es la de todos los días y probablemente será uno de los principales componentes de la inconstitucional reelección presidencial.
Mientras las redes sociales se inundan de propaganda de guerra, la mayoría de salvadoreños vive en una angustia permanente al no saber si van a lograr llegar a fin de mes. La vida es cada vez más cara y el dinero no alcanza. El gobierno ha sido un fracaso completo al momento de distribuir las cargas de la inflación. Es por ello que la gente más desfavorecida está sufriendo el alto costo de vivir en este país de fantasía. La guerra contra las pandillas no es una política de seguridad, solo es una doble falacia que busca meter debajo de la alfombra la crisis económica, la caída del Bitcoin, los casos de corrupción, los planes inconclusos y todas aquellas grandes promesas que se quedaron en un rénder. Y no podemos olvidar las vidas de personas inocentes que han cobrado con esta exhaustiva propaganda de guerra. Gente sin ningún vínculo a las pandillas ha muerto en los centros penales solo porque un pacto oscuro le salió mal al gobierno y porque necesitaban algo que poder venderle a la gente. ¿Quién responderá por ese dolor a los familiares de los inocentes?
La propaganda de guerra y sus fines electorales se sostienen con la sangre de decenas de personas inocentes. La historia recordará esta perversidad y en algún momento los registros de estos actos inhumanos tendrá que llevar a los responsables ante los tribunales. Me es imposible no recordar aquella icónica frase con las que el Presidente calificó a políticos que también pactaron y se mancharon las manos de sangre: ¡mil veces malditos!
Y hoy… ¿Algún comentario?
Comunicólogo y político