Nadie sabe qué o quién es el diablo, pero tenemos claro es que es el malo de la película. Por extensión, son igual de malos todos sus aliados y amigos. Lo interesante es que, ante un concepto tan maleable, “diablo” puede ser “cualquiera”. Puede tratarse de un diputado díscolo, de un empresario incómodo, de un político de oposición, de un editorialista crítico, de un gobierno extranjero, de una ONG no alineada o de un médico-atropella-gatos.
Así pasó con los judíos durante la locura nazi, con los kulaks durante el terror estalinista, con los académicos durante el sangriento gobierno del Jemer Rojo en Camboya, con los gais dentro de la cultura conservadora, con esa masa nebulosa que se le llama “oposición política” en El Salvador, así como con las brujas en el Medioevo. Todos ellos adecuadamente calificados como verdaderos “demonios”, lo que permite a las inseguras élites económicas y políticas, promover su cacería para “eliminar su nefasta influencia en la sociedad”.
Durante la “cacería de brujas”, ocurrida entre 1450 y 1650, miles de mujeres que fueron sistemáticamente torturadas, violadas y asesinadas -algo que los que hemos estudiado ese oscuro período de la historia podemos calificar, sin duda, como una campaña de asesinatos en serie promovidos por la Iglesia Católica y los Estados bajo el control de ésta, y posteriormente por los protestantes y los Estados bajo la influencia de ellos-, evento que ha prestado su nombre (“cacería de brujas”) a las acciones desarrolladas por los gobiernos para distraer la opinión pública con el linchamiento de supuestos enemigos de la sociedad.
Luego de la invención de la imprenta, las élites ilustradas de Europa tuvieron acceso no solo a leer directamente la Biblia, sino a escritos que proporcionaban hechos y argumentos “alternativos” a las explicaciones dogmáticas brindadas por la religión. El hasta ese entonces indiscutible poder religioso de Roma, tembló. Rápidamente se determinó la urgencia de promover “unidad” -no solo de los Estados sino de la misma sociedad- alrededor del culto religioso ¿la mejor forma de hacerlo? Buscar un enemigo común: el diablo y, por supuesto, su infantería. Herejes, brujas, hechiceros, vampiros, hombres lobo, todos los cuales trabajaban activamente compinchados con él para destruir a la sociedad.
Es curioso que antes de ello, el diablo era nada más que un ente periférico en la teología cristiana, que servía como personaje de reparto para decorar el arte sacro de las iglesias. Pero de la noche a la mañana se convirtió en una especie de Osama Bin Laden espiritual. Un ente malévolo que estaba en todos lados controlando y pervirtiendo todo y a todos.
Así como nuestros diputados decretaron y luego -llenos de entusiasmo- prorrogan y prorrogan, ad infinitum, el régimen de excepción; el 5 de diciembre de 1484 el papa solicitó a las autoridades que “olvidaran sus diferencias” y cooperasen con los inquisidores y demonólogos contratados por la Iglesia en su guerra contra las brujas, hombres lobo y vampiros, y aplicaran la tristemente célebre “guía” denominada “El martillo de las brujas”, elaborada por el dominico Heinrich Kramer.
Lo más impactante de estos procesos “judiciales” es que se prevenía a los inquisidores a no “dejarse engañar por la supuesta inocencia” de las acusadas de brujería, ya que los argumentos y pruebas de descargo presentadas por estas bien podría ser meras ilusiones creadas por el maligno. En otras palabras, la guía invitaba a los jueces y fiscales a negarse a aceptar la realidad de la realidad. Por esa terca negación, murieron de una forma cruel miles de mujeres torturadas de la manera más vil. Sangre inocente derramada para satisfacer los fines políticos y de control de una autoridad religiosa y política a fin de combatir un enemigo inexistente.
Lamentablemente, en El Salvador está ocurriendo algo parecido. El partido de gobierno, más que un partido político, se ha convertido en una secta, en la que su líder es infalible y todo lo que dice o hace, se convierte en “palabra de Dios”. En una verdad dogmática que no admite prueba en contrario.
Cualquier evidencia en contra es absolutamente desechada como una mera trampa “de los enemigos”, una ilusión generada por aquellos que aspiran por ver a nuestro país en ruinas. Hemos regresado a esas épocas oscuras en las que el gobierno en vez de ponerse a trabajar ante la evidencia científica que se aproxima un huracán, se reúne a orar para que una fuerza mística disperse los vientos y contenga la lluvia…
Y no. Los que nos atrevemos a criticar ciertos hechos del gobierno -a pesar de que tenemos diferencias en el plano de las ideas y de los procedimientos- no nos hace enemigos de nadie, de hecho, queremos lo mismo que todos: vivir en un mejor El Salvador. En vez de condenarnos a la hoguera, harían bien en escucharnos y leer nuestras propuestas.
Abogado, Master en leyes/@MaxMojica