Los seres humanos estamos en búsqueda permanente de la perfección, se dice. En contextos industriales y laborales se llama “calidad total” a los procedimientos que se ejecutan para tal fin. Pareciera que en algunos aspectos es posible conseguirla. Yo tengo mis dudas. “Le queda perfecto” dice el vendedor ¿cuántas veces al día? a la compradora potencial del vestido que se está probando. Y puede ser cierto. El vestido le talla perfectamente, el color es el que está de moda, la tela tiene la textura que ha estado buscando, el diseño es el adecuado para la ocasión. Perfecto. Sin pensarlo dos veces dice “me lo llevo”, paga el importe y sale feliz con la prenda pensando en la ocasión en que la va a usar. Imaginemos que a esa señora le gusta tanto que lo empieza a usar frecuentemente. ¿Por cuánto tiempo le durará “la perfección” al vestido? Otro ejemplo: una casa. El arquitecto la ha diseñado tal como la pidió el dueño, el ingeniero la construyó atendiendo escrupulosamente las especificaciones de los planos, los materiales son los mejores del mercado, los acabados quedan perfectos. La casa de los sueños, la casa perfecta. ¿Por cuánto tiempo? Crecen los hijos, se van las hijas, los cuartos quedan vacíos, los espacios son ahora demasiado grandes, ¿sigue siendo perfecta esa casa que tanto quiso y quiere? Tal vez empieza a considerar el venderla pues ya no caza tanto como antes con sus necesidades.
Desde antes de mi trabajo en la clínica, siempre tuve mis diferencias con la frase de los Evangelios “sed perfectos como perfecto es vuestro Padre Celestial”. ¿Sabe cuándo vamos a ser perfectos? Nunca. Pero para mientras se intenta conseguirlo, nos tortura permanentemente la recomendación. Para quien le ha tocado ver a tanta gente en la clínica, de todas las edades, pelear con una idea de perfección inalcanzable y lidiar con las complicadas consecuencias de la misma para su salud mental, la perfección es una quimera. Supongo que los exégetas tendrán la explicación correcta, pero ¿cuántos de nosotros lo somos?
Y lo mismo para las sociedades y los gobiernos. ¿sociedad perfecta? Nómbrela. ¿gobierno perfecto? Ni el de las iglesias o religiones. Y por eso discrepo tan radicalmente de la permanencia en el poder. No serán suficientes todos los años que le restan a nuestra vida en la tierra para ver la perfección.
Creo que ese es el problema principal de nuestro país: creer que todo lo que yo hago es perfecto. Y creer que lo que hacen o han hecho los demás no lo es. Por eso insisto en la idea de una oficina, comisionado, dirección o lo que sea que se encargue del seguimiento. No del seguimiento policial y de inteligencia, sino de las cosas que se han hecho bien, del seguimiento de las buenas ideas. Lo crucialmente importante de una idea es que sea buena no que sea nueva. Muchas cosas buenas se han hecho en este pedacito de tierra que tanto queremos, así como también hay necesidad de tantas otras que están aún por hacer. Por eso la factibilidad y la racionalidad son más importantes que la novedad. Muchas novedades en el diseño del instrumento, pero lo que siempre será esencial es qué tan bien sirva el instrumento a las funciones para la que fueron creados: que lo digan las peluqueras con sus cepillos y peines; los chef y cocineros con los cuchillos y demás utensilios; los fontaneros y carpinteros con sus herramientas. Lo bueno perdura, lo nuevo lo es por un tiempo.
El alboroto de la semana pasada fue la aprobación de la nueva ley para la protección integral de la infancia, niñez y adolescencia “Crecer juntos”. Digo alboroto porque, por un lado, bombos y platillos por la aprobación exprés en la Asamblea y, por otro, críticas, suspicacias y señalamientos de todo lo que hace falta incluir o proveer en dicha ley y de todo lo malo que puede pasar si tal o cual de los 308 artículos o alguno de sus numerales, literales o incisos se interpreta de tal o cual manera.
Por eso empecé como empecé: perfección. Ni el gobierno tiene razón que esa ley será la mera mengambrea y solución de todos nuestros problemas (puedo imaginar que hasta el actual ministro de seguridad tendrá sus propios problemas con la ley tal y como están redactados algunos artículos) ni quienes la adversan saben de cierto que la intención con la que tal o cual término se interpretará es nociva, perniciosa o lleva una intención escondida. Es una lástima que como sociedad necesitemos una ley que nos obligue a proteger a nuestros peques, algo que uno quisiera que cayera por su peso. Si llevamos más de dos mil años y nos cuesta aceptar que con 10 mandatos o artículos viviríamos mejor, no quiero ni imaginar lo que será conseguir que obedezcamos todos los 308 de la nueva.
¿Y si todos los actores dejan de lado el apasionamiento que da creer que las cosas que hacemos son perfectas, nos ponemos a trabajar y velar cada uno por el bien de nuestros pequeños, si el gobierno destina a alguien que reciba e integre críticas y señalamientos que vengan de la práctica, si probamos a ver si funciona en beneficio de los que pretende proteger y la revisamos un tiempo después? Quizás, solo quizás, mejoraríamos algo, entre todos y para todos.
Psicólogo/psicastrillo@gmail.com