La vida moderna, agitada, convulsa, incierta, provoca que más personas en el mundo entren en conflictos internos, que terminan en crisis existenciales; y desgraciadamente, muchos, en suicidios.
Cada vez con mayor insistencia, la realidad nos obliga a plantearnos el sentido de nuestra vida, cuando aún no hemos perdido la capacidad de reaccionar, reflexionar y meditar al respecto. Desgraciadamente, grandes masas humanas nacen, se reproducen y mueren y nunca se dieron cuenta que estuvieron vivas.
Si lo meditan un poco, es terrible solo pensar en esa posibilidad. Pasar por el mundo como una sombra difusa, que rápidamente se diluye entre la oscuridad de la irrelevancia, de ser ignorante e ignorado. Aunque a fuerza de ser sincero, las masas humanas son muy propensas a esto, y muy poco se puede hacer para que los individuos inmersos en estas tomen consciencia de su propia existencia y encuentren su sentido, su naturaleza y su camino. Para esto, se necesita la voluntad política de renunciar a la tentación de pastorear ovejas y empezar a crear las condiciones para “liberar águilas”.
Como en un cardumen, el individuo se abandona a la muchedumbre y camina “para donde va toda la gente”, sin importar el destino. El sentido de pertenecer a las multitudes sin rostro, le dan la falsa sensación de obtener una “identidad”, pero ni siquiera es un “tornillo en una máquina”, solo es un bulto sin nombre, que ocupa un espacio que sí, tiene nombre.
En la última mitad del siglo pasado hubo fenómenos sociales que aglomeraron grandes masas de personas alrededor de estructuras ideológicas claras, firmes y tajantes. Detrás de objetivos definidos, a veces radicales, pero que no dejaban espacio para la ambigüedad. Pero estas dos décadas del siglo XXI, se han caracterizado por aglomeraciones humanas, alrededor de ambigüedades, de ideas que nadie entiende ni quiere entender; los “cardúmenes humanos”, han bajado de calidad. La juventud de este tiempo, principalmente, está confundida y ávida de tener un asidero, y se agarra de cualquier cosa.
Sin ir muy lejos, el fenómeno social llamado “Nuevas Ideas” (digo “fenómeno social”, porque de “político” no tiene nada). Paradójicamente, nadie sabe cuáles son esas “ideas”; cuál es su fundamento filosófico; cuáles son sus objetivos, sus planes, su visión, su estrategia etc. Porque en realidad, no hay ideas políticas, el márquetin ideológico de esta secta, se ha esmerado en evitar cualquier idea verdaderamente política. Su accionar se ha concentrado en secuestrar todas las instituciones, para crear y garantizar un halo de impunidad alrededor de una figura mesiánica y su círculo cercano.
¿Qué tipo de personas, pueden seguir una religión que no tiene un dios? Las mismas que pueden seguir un partido político, que no tiene ideas políticas, aquellas hambrientas de aceptación, necesitadas de hundirse en la seguridad que le proporciona el anonimato de las masas mayoritarias. Son seres grises que se despojaron de su capacidad de pensar por sí mismos, a cambio de la comodidad que algunos “gurúes” les pongan las palabras en su boca, para solo hacer vibrar sus cuerdas vocales. El fanatismo llega a inhabilitarlos para llevar una vida medianamente decente; ni siquiera como mascotas de alguien, se quedan en el nivel de instrumentos sonoros, bocinas. La historia de la humanidad no deja lugar a dudas, en qué terminan estos movimientos fanáticos de culto a personajes de dudosa moralidad.
Hay muchos testimonios de sobrevivientes de estos fanatismos endémicos, que cuentan la estrategia de estos delincuentes: el odio a lo pasado, el miedo a lo presente y promesas ilusorias y demagógicas, para el futuro, que, magnificadas por una maquinaria y estrategia publicitaria multimillonaria, los hizo enajenarse y perder el control de sí mismos, para ser manipulados al antojo del manipulador. Todos terminan igual: suicidios masivos. Unos, se suicidan directamente; otros, indirectamente. Unos en masa, otros, se dejan suicidar uno por uno, pero el final es el mismo.
Curiosamente, estas víctimas de la enajenación, rara vez van liberándose de estas ataduras ideológicas poco a poco; el adoctrinamiento mediático, masivo y bestial, no se los permite. Quien se libera, una noche se duerme adorando las cadenas de la esclavitud, y en la mañana se encuentra con que ya no existen. Toma consciencia de la realidad, del pasado, presente y hacia dónde se dirige el país, su vida y la de su familia de forma repentina. A veces, sin que haya una explicación, pero también sin creer que la necesita. Y de luchar irracionalmente por sostener, justificar y erigir un tótem de cartón y fantasía, pasa a explicar y argumentar con razones válidas, por qué debe destruirse. Esperemos que ese despertar repentino, no se dé en nuestro país, demasiado tarde.
Filósofo