Este pasado martes 15 de febrero, distintos medios de comunicación publicaban fotografías y videos del expresidente de Honduras, Juan Orlando Hernández (JOH), esposado de muñecas y tobillos. Aquel hombre poderoso que modificó la Constitución de su país para reelegirse, que llegó a tener mayoría en el Congreso y que incluso impuso a sus propios fiscales, cayó. Esto debería ser, principalmente para toda la región centroamericana, un recordatorio de lo perecedero que es el poder.
El poder puede ser como un vestido de novia, imponente en su momento pero no dura para siempre. Y esto, en nuestro país, es algo que deberían tener aún más presente quienes han doblado la rodilla para servirle al régimen. Si los grandes abusadores del poder llegan a desplomarse así como JOH, ¿qué le depara el destino a sus lacayos? Quienes se metieron a la política para mejorar sus vidas probablemente no recapaciten de la vida que están empeñando, pero si en medio de todo ese avispero que hay al interior del régimen, si ahí realmente existen personas que se metieron para hacer política sobre la base de sus convicciones, ojalá recapaciten. Puede que muy bonito el cargo, la exposición y la adrenalina del momento político, ¿pero en qué han incidido más allá de los caprichos de los Bukele?
Siempre he creído que el poder adormece la parte más emocional del ser humano, que inclusive hasta nos hace sentir mejor de lo que realmente somos, pero al apelar más a la razón y no a las emociones, podemos entender –y ojalá toda persona fuese capaz de hacerlo– que los cargos con los que se ejerce el poder, son pasajeros. Bien lo señaló en su tiempo el pensador francés, Michel Foucault, que decía que el poder no se posee, solo se ejerce, también dijo que no es una propiedad, más bien una estrategia.
Una de mis series de televisión favoritas, en donde podemos analizar mucho sobre lo perecedero y finito que es el poder, es Game of Thrones (GOT). Sin dar ningún spoiler, podemos decir que la serie nos conduce por una variedad extensa de personajes que seducidos por el poder, implementan distintas estrategias de conquista. Y en donde más sed e insaciabilidad de poder hay, más tragedia podemos atestiguar. Lo verdaderamente curioso de la trama o al menos lo que creo que atrapa al espectador, es que el poder se vuelve acumulable para distintos personajes, pero de repente caen estrepitosamente, sin reparo y sin piedad.La serie también nos enseña que quienes ostentan el poder solo están de paso. Hay una frase de uno de los personajes, Tywin Lannister, que creo que cae como anillo al dedo a los diputados salvadoreños, sobre todo a los oficialistas: “Cualquiera que deba decir ‘yo soy el rey’ no es un verdadero rey”.
El filósofo Montaigne dijo alguna vez: “Por muy alto que sea el trono, siempre se está sentado sobre el trasero”. Una obra del siglo XVI, llamada “El elogio de la locura”, plantea la hipótesis de que nadie ciento por ciento cuerdo quisiera en verdad el poder, que al poder se accede por necedad y que hace falta cierto grado de inestabilidad mental para disputarlo. Que solo los locos acceden a él. Aunque sabemos que los gobernantes requieren de racionalidad para liderar a sus naciones y alcanzar sus objetivos, muchas veces la historia e incluso la misma realidad latente, validan la tesis de la locura y el poder, pero lo cierto es que la fórmula de poder y locura le reservan un espacio cruel en los libros de historia para quienes gobiernan de esa forma.
Los Bukele o los JOH vienen y van, así nos lo demuestra la historia, pero es importante que aquellos que hoy sirven de lacayos y que venden a su patria por una porción del poder efímero entiendan que la historia no les recordará pero el presente sí los sentenciará. La pregunta es: ¿están dispuestos a sacrificar sus vidas por unas cuantas migajas del dictador?
Comunicólogo y político