Hace tiempo que no menciono el nombre del Presidente, es porque con tan solo mencionar su apellido la gente se sesga en automático, pero en esta columna haré una excepción. Este recuento de hechos es para que no olvidemos de dónde viene y hacia dónde nos lleva.
En palabras concisas, El Salvador es gobernado y sometido a diario ante una ola autoritaria gracias al aparato de propaganda más sofisticado que existe actualmente en el continente. “Cool” no es una etiqueta muy acertada para describir lo que de verdad representa Nayib Bukele. En tan solo tres años, el ukelismo ha demostrado ser, en términos dictatoriales, mucho más eficiente que el chavismo o el orteguismo.
Vivir en El Salvador es vivir en una nación en donde la institucionalidad y la separación de poderes ya no existen; periodistas y opositores políticos han tenido que exiliarse porque le estorban al régimen; las violaciones a los derechos humanos son el pan de cada día; y la corrupción es tan rancia que la putrefacción nubla el futuro de esta pequeña nación. Aún así, el presidente Bukele cuenta con una aprobación elevada y también muy alta en comparación a sus homólogos en Latinoamérica, y esto último representa un peligro para todo el continente, porque el bukelismo es perfectamente empaquetable y exportable.
La figura de Bukele surge en 2011, cuando se postuló como alcalde de un pequeño pueblo llamado Nuevo Cuscatlán por el partido izquierdista Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN); en aquel entonces, su populismo empezó a distinguirlo de del político tradicional salvadoreño. No usaba corbata, donaba su salario, se caracterizaba por usar calcetines de colores y desafiaba a los políticos de antaño. Bukele no posee una carrera universitaria, pero proviene de una familia acaudalada, lo cual le facilitó, antes de incursionar en la vida política, emprender una discoteca y posteriormente una agencia de publicidad. Las habilidades publicitarias de él y su equipo lo llevaron a crear una marca para aquel pueblito, la N de Nuevo Cuscatlán, la misma N de Nayib, este dato es muy importante para las jugadas políticas que recientemente le han permitido tener todo el poder.
Aquella marca personal que construyó y enalteció mientras fue alcalde de Nuevo Cuscatlán hizo que el FMLN lo postulara como candidato a alcalde de San Salvador, la capital de El Salvador. Ganó la capital en 2015 con un margen muy apretado, en la típica elección que ha distinguido a El Salvador durante su joven democracia, una elección entre la izquierda y la derecha.
Bukele ganó bajo la bandera del principal partido de izquierda de El Salvador, pero su discurso, poco a poco, se empezaba a alejar de ese espectro ideológico y el caudillismo empezaba a emerger. Para 2018 ya se había posicionado como un posible candidato a la Presidencia de la República, pero su partido no quería postular a alguien que no defendiera férreamente los principios de la izquierda y que ya había demostrado ser falaz con la cúpula partidaria. En arranque de ira y con el antecedente de un capricho electoral, Bukele agrede a una de sus concejales y provoca, muy calculadamente, su expulsión del FMLN. Es así como empezó a buscar desesperadamente un vehículo partidario que le permitiera llegar hasta la Casa Presidencial.
En el último minuto de las inscripciones presidenciales para los comicios electorales de 2019, Bukele se inscribe con el partido Gran Alianza por la Unidad Nacional (GANA), un partido que nace de la corrupción más escandalosa del partido derechista Alianza Republicana Nacionalista (ARENA) y que históricamente se ha vendido al mejor postor, y esta vez el mejor postor era Bukele.
Después del triunfo, la faceta que conocíamos se reveló cuando se tomó la Asamblea Legislativa con fusiles el 9F. Tiempo después ganó la mayoría de diputados de ese mismo recinto. Ahora, anuncia una reelección inconstitucional, tiene al país bajo un permanente régimen de excepción y coquetea con reestructurar los municipios de El Salvador para consolidar aún más su poder en 2024. Hay muchos que creen en esa forma de gobernar y otros que no dicen nada a causa del miedo.
Es claro de dónde viene, de qué pactos hizo para llegar al poder y qué falsas promesas sigue realizando para dormir a las masas. También es claro hacia dónde vamos. El mensaje de esta columna, la intención de volver a contar esta historia, es simple: que no nos paralice el miedo. Necesitamos despertar o este país se sumergirá en una dictadura muy peligrosa para todas las personas. Este 2023 es fundamental para las elecciones de 2024 y febrero de 2024 será decisivo.
Comunicólogo y político salvadoreño