Se ha desarrollado el principio de Evaluación del Impacto Ambiental (EIA), que consiste, de acuerdo con las Naciones Unidas, en “el examen, análisis y evaluación de unas actividades planeadas con Miras a lograr un desarrollo que desde el punto de vista del medio ambiente sea adecuado y sostenible”, y que “antes de que la autoridad o autoridades competentes lleven a cabo o autoricen actividades que puedan afectar considerablemente al medio ambiente, deben tenerse plenamente en cuenta los efectos ambientales de tales actividades”.
Una EIA efectiva tiene siete puntos fundamentales: (1) el que propone la iniciativa, proyecto, etc., debe asumir el costo de la solicitud y de la evaluación; (2) se debe contar con amplia participación pública en todas las etapas del proceso; (3) la sociedad civil y los gobiernos deben tener acceso a la información de que dispone el que propone la iniciativa, proyecto, etc.; (4) todo el proceso debe ser transparente; (5) se debe tener en cuenta la mejor información científica disponible; (6) la toma de decisiones debe ser transparente; y (7) el cumplimiento y la aplicación deben ser efectivos.
Además, esto va de la mano de tres principios fundamentales: (1) prevención, que se refiere a una situación en la que el riesgo es conocido con anterioridad y que establece que hay que adoptar medidas para evitar el daño que se sabe causará; (2) precaución, que busca una aplicación anterior a que ocurra un daño y también anterior a que se tenga certeza de que ocurrirá el daño, pues no se necesita comprobar que la actividad planeada causará daño, pues basta contar con suficientes elementos que conduzcan a valorar que ese daño puede ocurrir de seguir adelante con la actividad planeada; y (3) reparación, que establece que el que causa daño al medio ambiente debe repararlo.
En Europa, por ejemplo, una Directiva de 2004 del Parlamento Europeo y del Consejo sobre responsabilidad medioambiental en relación con la prevención y reparación de daños medioambientales, establece claramente el principio de que “quien contamina paga”.
Llama la atención la respuesta urgente que exige este problema que va de la existencia misma de la vida en el planeta y lo largas que son las negociaciones para llegar a acuerdos. En 1972, se celebró en Estocolmo la primera conferencia mundial sobre el medio ambiente. Adoptó una declaración de 26 principios, un plan de acción con 109 recomendaciones, y creó el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA). En realidad, fue en Estocolmo que el medio ambiente entró en la agenda de las relaciones internacionales. Lamentablemente los acuerdos internacionales siempre exigen tiempo, pues identificar puntos de encuentro de mínimos entre 193 países miembros de las Naciones Unidas más 2 Estados observadores, cada uno con multiplicidad de intereses propios, no permite avanzar más rápido.
También llama la atención que pese a la evidencia del cambio climático y de la amenaza que significa, siga habiendo personas, empresas y países que nada de esto les importa; solo les importan sus intereses e insisten en actividades que generan ganancias a sabiendas de que acabarán con el medio ambiente propio y el de sus vecinos. Y es posible que tengan discursos bonitos, pero es una mera puesta en escena. Algunos países firman todo con tal de tener buena prensa y buena imagen, pero aplican aquello de que “hecha la ley, hecha la trampa”. También hay países que solo hacen algo si ven claros réditos políticos y económicos. Afortunadamente, también hay países que de verdad cumplen sus compromisos.
¡Reverenciemos la vida! Hagamos de este reto la oportunidad de relacionarnos de una forma diferente con la naturaleza y de relacionarnos de mejor manera entre nosotros.
Ex Embajador de El Salvador en Francia y Colombia, ex Representante del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) en Argelia, Colombia, Tayikistán y Francia, y ex Representante adjunto en Turquía, Yibuti, Egipto y México.