Ya no es novedad decir que el ejército ruso no ha cumplido con lo que se esperaba de él durante la invasión a Ucrania. Sin menospreciar el coraje y la capacidad de los ucranianos defendiendo su patria, después de más de un mes de invasión rusa es válido preguntarse ¿qué le pasó al ejército de Putin? Pues, una guerra que se pensaba duraría una semana se ha prolongado más de un mes, sin que se vean posibilidades de su pronta finalización.
De acuerdo con la información disponible, el ejército ruso ha sufrido masivas pérdidas de material militar. Las posiciones territoriales ucranianas van siendo cedidas muy poco a poco y las deserciones parecen estar a la orden del día, además de que la logística ha fallado miserablemente.
Han sido incapaces de hacerse con el dominio del espacio aéreo y, como consecuencia, han bombardeado una y otra vez las ciudades ucranianas, con la esperanza de romper la moral de la población, quebrar la resistencia militar y hacerse con el control del país… todo con muy poca eficacia. Más aún, estos ataques que, lamentablemente, también han producido bajas entre los civiles, van quedando expuestos al mundo como crímenes de guerra, haciendo todavía más complicado que se llegue a una paz negociada, pues por la naturaleza de esas acciones contra la población civil, al cese de las hostilidades necesariamente habrá juicios para deducir responsabilidades.
Si las cosas no cambian, existe la posibilidad de que las élites rusas cuestionen seriamente el liderazgo de Putin, una situación que se vería potenciada si las protestas populares en las ciudades comienzan a ejercer presión de verdad.
Todo sumado, resulta obvio que, por una parte, Putin fue a la guerra creyendo que contaba con un tipo de ejército muy diferente del que se está enfrentando con los ucranianos; mientras que, por otra, todo parece indicar que el carácter y la determinación del pueblo ucraniano fue muy mal apreciado.
Especulemos e identifiquemos dos causas: la primera podría ser que los delirios de grandeza del presidente ruso le hicieron juzgar equivocadamente la realidad (tanto su verdadera capacidad bélica como el coraje del enemigo); y segunda es que, simplemente, fue mal informado por sus militares. Puestos a escoger, después de meses de acumulación de tropas en las fronteras preparando la invasión, de los múltiples “ejercicios” militares previos a la invasión… uno se inclina más por la segunda alternativa: la desinformación. Una desinformación que, además, se produce no solo desde instancias oficiales, sino también en todo el aparato mediático ruso. Es sabido que la propaganda en Rusia está desbocada… pero de eso, a pensar que los jerarcas rusos se creen sus propios embustes, sí que es novedoso, y sumamente peligroso.
El acallamiento sistemático de la libertad de expresión, la supresión de voces opositoras, y la sustitución de la verdad por la pura y dura propaganda, tiene esas consecuencias: el alejamiento progresivo de la realidad por parte de quienes son responsables de tomar las decisiones, y la sustitución del poder real por un sucedáneo del mismo, adictivo y letal tanto para los que gobiernan, como para las masas encantadas por la flauta que termina llevándolas al precipicio.
Al principio, contar con medios de comunicación incondicionalmente fieles al discurso oficial ha producido excelentes resultados para los déspotas; pero en el mediano plazo, la historia muestra cómo sus consecuencias son fatales, tanto para los tiranos como para las crédulas sociedades sometidas por el engaño. Sucedió en la Alemania de Hitler, la Italia de Mussolini, y la Cuba de los Castro; y lo estamos viendo en la Rusia de Putin embarcada en una guerra incierta y desgastante.
En fin, ya se sabe, de todo se puede aprender. Por eso reza el dicho: “cuando veas las barbas del vecino pelar… pon las tuyas a remojar” (mientras estemos a tiempo).
Ingeniero/@carlosmayorare