Vivimos en un mundo globalizado, resultado de décadas de la aplicación de teorías económicas, en las cuales se ha privilegiado la maximización de ganancias, a través de la producción de bajo costo. Esta premisa de vivir adquiriendo donde se manufactura más barato es la consecuencia de un sistema de promoción de “clusters” de desarrollo económico con el modelo de bajo costo. Este modelo fue adoptado en países que podían ofrecer costos mínimos liliputienses en mano de obra, energía, infraestructura, logística y manufacturas. Los últimos 30 años se han dedicado al fomento de la eficiencia que no es más que bajar los costos al más mínimo, reemplazando la tradicional mano de obra de las personas, por máquinas, por programas de software, por la automatización y ahora por la inteligencia artificial.
Esta premisa general de producción potenció aún más la globalización que fue propagándose por efecto cascada en todos lados. Ya no solo eran las multinacionales, sino cualquiera podía ir a resarcirse a estos lugares de producción barata. Los que elaboraban localmente, decidieron colgar sus guantes, cerrar sus fábricas, adquirir afuera, para convertirse en expertos “traders”, agentes aduanales e importar. Esta premisa se aplicó a absolutamente a todo tipo de productos, que van desde ropa, zapatos, aparatos electrodomésticos, máquinas de manufactura, celulares, elementos de transporte, motores, dispositivos eléctricos, textiles, plásticos, metales, papel, arte, y cualquier tipo de repuesto simple o muy sofisticado.
Con la expansión del internet a través de los teléfonos inteligentes, y el advenimiento de las redes sociales, esta situación se ha viralizado a otras industrias de producción intelectual y del conocimiento. El hilo digital ha tocado sectores económicos claves, como la educación y las comunicaciones que también han ido emigrando desde lo local, hacia lo global-digital.
Como todo en la vida, el ser humano y sus creaciones, tienen el poder para hacer el bien y para hacer el mal. Y con la globalización, qué fácil es utilizar los mecanismos y herramientas actuales para la bondad y también para la maldad.
En menos de una semana, un conflicto entre Rusia y Ucrania nos pone en alerta global. Las tecnologías actuales han permitido que todos sepamos lo que pasa. Y en menos de lo que canta un gallo, ya se habla de una escalada de violencia a niveles estratosféricos. Como apasionada de la paz, me permito comentar que estoy muy preocupada. Las mismas tecnologías de hoy día que han funcionado para bien, han también evolucionado para mal, a niveles de desgracia nunca vistos desde la segunda guerra mundial. Por lo anterior, si grandes potencias como EEUU, Rusia o China; o los países más sofisticados de la Unión Europea, como Alemania y Suecia deciden apoyar un conflicto, o se dejen provocar para entrar a apuntalar una guerra; estaremos a un pasito de la catástrofe masiva a nivel mundial. Mi opinión: No es posible filosóficamente forjar por la paz, a través de la dignificación de la defensa por la beligerancia.
En este contexto global, un conflicto lejano que parece no tener repercusiones en El Salvador puede convertirse en un problema muy serio, especialmente cuando todo lo importamos de afuera y se ha perdido la capacidad local para responder a satisfacer nuestras necesidades como nación. ¿Está listo El Salvador para subsistir en medio de un escenario de guerra global? Mi respuesta: No lo creo. Sufriremos mucho, como muchos otros países. Pido a Dios con todo mi corazón que la cordura y la paz prevalezcan en Europa, para el bien de todos.