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Dr. José Gustavo Guerrero: La creación de la Sociedad de las Naciones

“Somos grandes constructores de ilusiones, hasta que hacemos lo posible para destruirlas”, Pío Baroja.

Por Francisco Galindo Vélez |

La idea de una comunidad de naciones no era nueva. El filósofo alemán, Immanuel Kant, por ejemplo, la desarrolla en La paz perpetua, libro publicado en 1795, tal como lo analiza el Dr. Reynaldo Galindo Pohl en su libro La idea del derecho de Kant, publicado en San Salvador en 2003.

La diplomacia multilateral no nació con la Sociedad de las Naciones, pero fue en ese foro que empezó su gran desarrollo. En 1865 se había establecido la Organización Internacional de Comunicaciones, inicialmente Unión Telegráfica Internacional; en 1874 se había fundado la Unión Postal Universal; y en 1902 había comenzado a funcionar la Corte Permanente de Arbitraje, una disposición de la Convención de 1899 para el arreglo pacífico de conflictos internacionales. Además, en Europa y América había importantes precedentes regionales.

El mariscal de campo estadista sudafricano Jan Smuts, redactó el proyecto de una Sociedad de las Naciones a petición del primer ministro británico David Lloyd George. Su propuesta tuvo tres partes: la posición de las grandes potencias y la Sociedad; la constitución de la sociedad; y la sociedad y la paz mundial. Su informe se publicó en diciembre de 1918 bajo el título de League of Nations: A Practical Suggestion (La Sociedad de las Naciones: Una propuesta práctica).

La Sociedad de las Naciones buscaba, inter alia, superar las alianzas y los bloques de poder a través de un sistema de seguridad colectiva, es decir, que cada país considerara que un problema de seguridad que afectara a uno de ellos fuera un problema de todos los demás, y que había que responder de manera mancomunada a una amenaza o a una ruptura de la paz.

Los principios y objetivos de la nueva organización mundial resonaron positivamente en la cabeza del Dr. Guerrero porque coincidían plenamente con los suyos, a saber, la igualdad entre países, la no intervención, la solución pacífica de controversias y el mantenimiento de la paz y la seguridad internacionales. Así, para el Dr. Guerrero, el multilateralismo y la seguridad colectiva se convirtieron en la manera de proteger la integridad y los intereses de los Estados pequeños, sin perder de vista las fallas con las que, a su juicio, había nacido la nueva organización mundial.

Era un optimista, a veces con toques panglosianos, pero contrariamente al Dr. Pangloss que era un optimista ingenuo, la visión esperanzadora del Dr. Guerrero era realista, motivada por las fuerzas de la historia y por la convicción de que, pese a todo y con una desesperante lentitud las más de las veces, la humanidad era capaz de ir realizando sus grandes aspiraciones.

Los miembros originales fueron aquellos que declararon la guerra a Alemania y a sus aliados, y de América Latina, Bolivia, Brasil, Ecuador, Guatemala, Haití, Honduras, Nicaragua, Panamá, Perú y Uruguay tuvieron esa calidad. Pero también se invitó a incorporarse a países que se habían mantenido neutrales, y los de América Latina fueron Argentina, Chile, Colombia, El Salvador, Paraguay y Venezuela. Así, en términos numéricos, América Latina fue importante en la Sociedad, pues representó un tercio de sus miembros.

Refiriéndose a la importancia de la Sociedad de las Naciones para los pequeños países del Mar Báltico, Julien Gueslin hizo un análisis que retoma Juliette Dumont en su escrito L’indentité latino-américaine à la SDN: entre espoirs et désillutions (La identidad de América Latina en la Sociedad de las Naciones, entre esperanzas y desilusiones), publicado en 2011, porque se aplica a algunos países de América Latina: “…al establecer la igualdad entre todos los Estados, parecía permitir a los pequeños Estados jugar un cierto papel en el areópago internacional y sentirse algo seguros sí, por supuesto, los principios de Ginebra [Sociedad de las Naciones] continuaban siendo aprobados por la mayoría de los Estados. La institución ginebrina también promovió la cooperación, la difusión de normas y el equilibrio económico de sus miembros. Por lo tanto, podría contribuir a fortalecer la estabilidad de los jóvenes Estados en construcción y, de hecho, a promover el desarrollo de su identidad nacional”.

Durante los primeros tiempos de la Sociedad de las Naciones, los representantes de los países latinoamericanos se encontraron con que los temas que se estaban abordando en prioridad les eran lejanos, fundamentalmente aquellos que quedaban de la Gran Guerra que era urgente resolver: el diferendo entre Alemania y Francia por la Cuenca del Saar, un territorio que administró la Sociedad desde 1920 hasta 1935 cuando un referendo decidió su incorporación a Alemania; la ciudad de Danzing, que quedó como ciudad libre bajo tutela de la Sociedad de las Naciones; la reconstrucción de Austria y de Hungría; la repatriación de prisioneros de guerra;  las Islas Aaland, aquella disputa entre Suecia y Finlandia que fue uno de los primeros casos que consideró la Sociedad y que, pese a que la gran mayoría de la población era sueca y deseaba incorporarse a Suecia, decidió que las Islas debían tener una amplia autonomía bajo soberanía finlandesa; la disputa entre Lituania y Polonia; y el contencioso entre Polonia y Alemania por la Alta Silesia, sometido a un referendo en marzo de 1921, que no obstante el resultado favorable en un 60% a su incorporación a Alemania, los Aliados decidieron dividir entre Polonia y Alemania, entre otros.

Esa lejanía fue perfecta porque muchos vieron en los latinoamericanos los relatores ideales para tratar esos temas al carecer de intereses directos en ellos. Pero en la Sociedad también se trataron latinoamericanos, por ejemplo, la solicitud de Perú y Bolivia de revisar, respectivamente, los tratados de 1833 y 1904 con Chile, la disputa por Leticia entre Colombia y Perú, y la guerra del Chaco entre Paraguay y Bolivia.

Los territorios bajo mandato fue otro tema importante. Se trataba de antiguas colonias alemanas y de territorios otomanos que se pusieron bajo mandato de las principales potencias de la época. La idea prevalente en aquel entonces, que se reflejó en la Sociedad de las Naciones, era que había territorios que no eran capaces de gobernarse por sí mismos y que necesitaban estar bajo el mandato de una potencia. Lo que no se decía, o se decía sotto voce, es que tanto las colonias que ya poseían como los territorios que les fueron cedidos bajo mandato, significaron importantes beneficios económicos para aquellas potencias.

Así, el reparto de las antiguas colonias alemanas en África y en el Pacífico se hizo de la siguiente manera: Tanganica y Camerún occidental quedaron bajo el Reino Unido; Togo y Camerún oriental bajo Francia; Ruanda-Urundi (hoy Burundi) bajo Bélgica; África Sudoccidental bajo Sudáfrica; Nueva Guinea bajo Australia; Samoa bajo Nueva Zelanda; las islas al norte del Ecuador en el Pacífico occidental bajo Japón; Nauru bajo Gran Bretaña, Australia y Nueva Zelanda. El reparto de los antiguos territorios otomanos fue así: Irak y Palestina bajo el Reino Unido; y Siria y Líbano bajo Francia.


Ex Embajador de El Salvador en Francia y en Colombia, ex Representante del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) en Argelia, Colombia, Tayikistán y Francia, y exrepresentante adjunto del ACNUR en Turquía, Yibuti, Egipto y México.

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