Ignacio Ellacuría en “Filosofía ¿para qué?" (1976) nos dejó una amplia herramienta filosófica para cuestionarnos desde el punto de vista “desideologizador” e intentar buscar la verdad en diversos ámbitos de la vida. Desideologizar es sinónimo de dudar, negar, desenmascarar, buscar la verdad, cuestionar, preguntar.
Ese “¿para qué? socrático es un interrogante que debería estar a la base de todas nuestras ideas, proyectos, funciones e intereses; es una pregunta muy necesaria para calibrar y ajustar nuestra conducta cotidiana y proyectiva.
No se trata de una pregunta de simple erudición, sino de aprovechar una interrogante sustantiva, ponerla al día y cuestionarnos; el mismo Ellacuría nos advierte al inicio del artículo: ¿Cómo desconocer y despreciar lo que estos hombres han pensado y que sólo ellos han podido llegar a pensar en el sentido de que sin ellos la humanidad nunca hubiera podido contar con esos puntos de vista?
En términos pragmáticos el ¿para qué? equivale a las clásicas preguntas kantianas -que son citadas en el mismo artículo- y no las solemos hacer: ¿qué puedo saber? ¿Qué debo hacer? Y ¿qué puedo esperar? Son demasiadas preguntas simples con implicaciones complejas para construir ciudadanía.
Deberíamos tener claro que la vida es una etapa, un período o lapso, 67,8 años en los hombres y 77,0 en las mujeres; y aquí se juega todo. Nacemos, nos educamos, preparamos el equipaje y el contexto nos condiciona un futuro para luego morir, efectivamente como diría Heidegger somos seres para la muerte: Das Sein zum Tode.
Y ¿para qué vivimos?: ¿para hacer dinero? ¿Para trabajar y pagar deudas? ¿Para educar a nuestros hijos? ¿Para consumir y comprar cosas? ¿Para estudiar?... ¿Y para qué hacemos lo que hacemos? El tiempo pasa y no hay lugar para estas preguntas.
La antropología y la sociología contemporánea nos sitúan en un entorno complejo digital, tecnológico, consumista, agnóstico y líquido. De todas las inseguridades posibles -salvando los absurdos- hay tres conclusiones poco discutibles: a) somos seres racionales y, como tales, responsables de nuestras decisiones; b) Buscamos un bienestar integral (salud, educación, vivienda, etcétera); y c) Somos seres sociales, nos descubrimos en la alteridad, y la convivencia es un factor importante del desarrollo humano.
El psicólogo humanista Abraham Maslow diseñó la pirámide de necesidades fundamentales para el bienestar humano a través de cinco categorías: Necesidades fisiológicas; necesidades de seguridad; necesidades de afiliación; necesidades de reconocimiento; y necesidades de autorrealización. Así parece que debería funcionar nuestro sistema, pero lamentablemente surgen otros vectores que irrumpen o distorsionan la situación.
Aparece en el escenario el egoísmo, la estupidez humana, la ignorancia, el poder, los políticos, la corrupción, las psicopatías y comienzan a cambiar las reglas del juego. Los creyentes le llaman “pecados capitales”: La soberbia, la avaricia, la lujuria, la ira, la gula, la envidia y la pereza. También se pone en escena el mal o lo malo, esa capacidad irracional de afectar negativamente el curso de la vida. No importa como lo quiera clasificar, si con categorías laicas o religiosas, la vida no es fácil o sencilla, puede ser bella, como la cataloga artísticamente Roberto Benigni, pero hay que resolverla.
Resolver la vida es planificarla o reorientar el curso de acción; quienes tienen hijos (as) pequeños suelen hacer un plan educativo; los que gozan de mejores condiciones socioeconómicas tienen más certezas; y quienes están en escenarios desfavorecidos se enfrentan a fuerzas restrictivas del contexto y aparece la incertidumbre.
La educación junto a otros elementos genotípicos hereditarios nos permiten trazar un pronóstico de qué puede suceder en el futuro; también las conexiones sociales juegan un rol importante, como diría Steve Jobs “unir puntos”. Pero en todo caso la determinación y voluntad de quien timonea el proyecto de vida es fundamental, hay que atreverse a soñar, a imaginar y trabajar duro para lograr ciertas metas.
Modificar el curso de navegación a mitad del viaje es otra posibilidad; suele haber más pesimismo o menos esperanza, y mucha gente cree que ya pasó el tiempo de definir nuevos proyectos de vida, pero es una visión errónea. A veces tenemos la percepción que el tiempo pasa lento o muy rápido, pero es una simple percepción, siempre es buen momento para volver a intentar lo que sea.
Durante mis años de trabajo educativo y terapéutico siempre utilizo una frase: “Nadie sabe a dónde va hasta que llega”; el ser humano es un sujeto con capacidades inimaginables y siempre puede crear nuevas oportunidades. Hay mapas, brújulas, amigos, ideas y diversas herramientas para superar la depresión, lo miedos o el suicidio. Nunca es tarde para volver a comenzar; siempre nos podemos equivocar, y la suma de equivocaciones y desaciertos es lo que llamamos “experiencia”.
Tampoco debemos olvidar que “las cosas son cosas” y que no deben determinar quienes somos; sí hay mucha superficialidad, prejuicios, necesidades, modas, pero lo esencial es el “tiempo de vida de calidad”, y como dice Pepe Mujica, el tiempo se gasta trabajando para pagar y no puedes ir al supermercado a comprar más tiempo de vida.
Cada quién sabrá responder a la pregunta “Vivir ¿para qué…?”. Nadie la puede contestar por uno; pero lo importante es, en determinado momento de la vida, hacerse la pregunta y observar de dónde venimos y para dónde vamos…
La vida es como un viaje, hay puntos de partida, hay destinos, hay equipaje. El jesuita Anthony de Mello nos recuerda: “No se nos pregunta si queremos jugar. No es ésa la opción. Tenemos que jugar. La opción es: cómo (…) Lo que te hace feliz o desdichado no es el mundo ni las personas que te rodean, sino los pensamientos que albergas en tu mente”.
Aquí estamos en esta vida, en dónde fuimos invitados de modo misterioso; en dónde es más importante pensar que hacer dinero; en dónde es más importante tener buenos amigos que comprar cosas; en dónde tendremos que administrar el sufrimiento e intentar hacer todo del mejor modo posible. Bienvenido (a) al caos y a la esperanza…
Investigador Educativo/opicardo@asu.edu