En los abismos universales “Amrita” -la “inmortalidad del espíritu”- se hizo manifiesta en Karuna y en mí, Indra, -hijo del sol naciente. La raza azul del “Tercer Cielo” en el planeta Akala nacía dotada del “bodhi” que es la iluminación o “el despertar de la consciencia”. Además del mutuo amor los nativos de la Ciudad de la Divina Luz practicaban el “ahimsa” que es la “no violencia”, el “no lesionar” o dañar al hermano de Creación. Algo que la distante raza terrestre había llegado a olvidar cuando –hundida en la ilusión del poder, la egolatría y la impiedad—llegaron a perder su hermoso paraíso estelar, situado al interior de la nube de Ors de aquel último sol. El concepto de “Asmita” (el yo-mismo del ego) había desaparecido en Karuna y en mí. En cierta manera habíamos dejado de ser nosotros mismos, volviéndonos parte del mismo Universo y él parte nuestra. Una forma del mismo renacer más allá de las estrellas. En el silencio estelar alguien dijo “Ahamkara” que significa (“Soy el Hacedor”). Era la voz del “Cósmico” que surgía también desde los abismos de nuestro mismo interior. (XLVI)