Mandares -glorioso errante de un desaparecido imperio- convivió un buen tiempo cerca de los gigantes de la desolada llanura de Uma. Los colosos se alimentaban de ballenas y frutos de algunos inmensos árboles del desierto. En cuenta, el príncipe tuvo que comer de aquellos frutos para no morir de hambre. A veces —cuando la caza escaseaba— se alimentaba de serpientes y ratas del desierto. O con las sobras de ballena que dejaban los colosos en el arenal. Caminaba de noche para guiarse por las estrellas y durante el día por el movimiento del sol —como lo hacían las tribus ancestrales, las prehistóricas abejas y aves emigrantes. En aquella vasta región de Uma donde nadie cruzaba sin morir un poco, tuvo su alteza peregrina que templar su espíritu para volverse fuerte como los colosos. Aunque él sabía que hasta los seres grandiosos eran vencidos al fin por el destino y la historia. Pero el joven rhuno tuvo que vencer las adversidades del agreste valle a fin de llevar los mapas sagrados hasta las anunciadas ciudades de los hombres del sol. También llevaría consigo la profecía de la temible esfinge. La misma que hizo que el grandioso reino de Rhuna fuera olvidado. (XCI) <de “La Esfinge Desnuda” -C.B.>
Cruzando Su Alteza la noche estelar de su sueño
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Por Carlos Balaguer | Dic 22, 2022 - 23:40