Desde el sonar de la alarma hasta la sensación de somnolencia por las noches, se vive un mar de experiencias. Es una tragedia que el salvadoreño tenga que vivir con noticias de desapariciones y fosas clandestinas, con un creciente precio del combustible y la canasta básica, además, con una incesante lucha por combatir la pandemia y una constante devaluación del bitcoin. En medio, se desarrolla entonces un estilo de vida que, en el agregado de nuestras comunidades y hogares, denominamos capital cultural. Este último se manifiesta en todas las edades y, por tanto, resulta pertinente ofrecer una visión cotidiana sobre la vida en nuestro país.
En la niñez reside la inocencia. Mientras que la infancia representa una época risueña, ciertamente, solo los responsables conocen las preocupaciones de crianza y educación de un menor. Se vislumbran avances con la ejecución de un programa de atención integral en la primera infancia y el apoyo de instituciones no gubernamentales; sin embargo, la desigualdad continúa haciéndose presente para recordar que la escasez de recursos afectará a muchos de ellos en el largo plazo.
En la adolescencia se concentra la preparación. ¿Quién no guarda recuerdos de su época escolar? No obstante, la visión de primera persona no atiende un panorama general donde una mediocre prueba como Avanzo no refleja de manera fehaciente los conocimientos adquiridos de los estudiantes. Asimismo, la brecha digital actual continúa siendo un obstáculo para la superación. Tal es así que muchos decidirán no continuar con su formación académica. Las computadoras pueden lucir bien, pero deberíamos preguntarnos cuándo comenzará un proyecto de reforma integral al sistema educativo que ofrezca resultados en el mediano plazo.
En la adultez crece la experiencia. Aquí uno se da cuenta de cuán difícil resulta la supervivencia sin oportunidades laborales, además de con un correcto desarrollo en la niñez y adolescencia, previamente mencionados. Trabajar en la informalidad implica vulnerabilidad cuando se anuncia un incremento al salario mínimo, como el que ocurrió el año pasado, y así ¿quién nos salva del alto precio de los lácteos y de otros productos en las recientes semanas? Así, la marginación conducirá a varios a cometer crímenes que, como hoy en día, observamos en noticias de fosas clandestinas y homicidios diarios.
En la vejez se carga el peso de los años. Quienes trabajaron con prestaciones ahora subsisten de una pensión y quienes no lo hicieron exceden su capacidad trabajando después de la edad de jubilación. Una reforma de pensiones quedó prometida, pero hasta la fecha a muchos no les alcanza para comprar la alimentación necesaria. De igual interés es la accesibilidad de espacios públicos para los adultos mayores y discapacitados, pero las calles, aun en la capital, no proporcionan este servicio. Queda entonces responder ¿dónde quedó la garantía de derechos?
Cada mañana despertamos en el mismo país con conflictos compartidos y, por consiguiente, no estamos exentos de vivir circunstancias que atañen a nuestra población. Particularmente, considero que la cultura brinda señales de que todavía los niños no disponen de los recursos necesarios para su bienestar, los jóvenes no cuentan con educación oportuna, los adultos anhelan más oportunidades de desarrollo y los adultos mayores requieren una mejor atención. Por tanto, se justifica la intervención de un gobierno cuya participación cuente con la contraloría de sus habitantes, pero que hoy en día no se realiza.
Estudiante de Economía y Negocios
Club de Opinión Política Estudiantil (COPE)