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Edad

Los espectáculos y ridículos de las Comisiones Legislativas hacen pensar en la conveniencia de subir la edad para los aspirantes a diputados o en exigir algo más de dignidad para el desempeño de la función pública, lo que nos pone en el difícil aprieto de cómo operacionalizar las variables como dignidad, honor, respeto que tendríamos que exigir

Por Jorge Alejandro Castrillo
Psicólogo

En el campo de la psicología, las razones que explican las distintas conductas humanas han ocupado la atención de los estudiosos y practicantes desde los primeros tiempos de esta ciencia hasta la actualidad. A medida que los años han ido transcurriendo, el énfasis ha mudado de una a otra variable. Que la conducta por explicar fuera considerada normal o anormal, patológica o sana, era secundario: lo que interesa y apasiona es tratar de desentrañar el misterio que responde a la pregunta ¿por qué esa persona actúa como actúa?

Los primeros esfuerzos fueron orientados a dilucidar qué era más importante, si la herencia o el ambiente. Obviamente considerar uno u otro como el factor determinante de tal o cual conducta tiene importantes consecuencias: si se asume una perspectiva, el cambio de conductas es posible, desde la otra, muy poco. Si la inteligencia, creatividad y genialidad o las tendencias criminales, por citar ejemplos, son hereditariamente determinadas, la supremacía de una raza, de algunas familias sobre otras es algo que se sigue lógicamente y no parecería razonable intentar cambiar o modificar. El debate entre ambas posiciones fue intenso, fuerte. Por la misma época también el vienés S. Freud complicaba las cosas: ¿qué conductas son las que queremos explicar, las conscientes y volitivas, es decir aquellas de las que las personas sí se hacen cargo y las aceptan como propias o las inconscientes, aquellas que las personas ejecutan pero que no aceptan ni reconocen como productos de su propia voluntad?

El debate herencia versus ambiente se zanjó hacia los inicios de la segunda mitad del siglo pasado (casi de la misma manera que se zanjó también nuestro conflicto armado interno), al mismo tiempo que ganaban terreno teorías que sostenían que todas las conductas humanas eran aprendidas y, por lo tanto, susceptibles de ser modificadas si se usaban las técnicas apropiadas. Es decir, no es que la persona no pueda cambiar (un criminal, por ejemplo), es que quienes están intentando hacerlo no saben bien cómo lograrlo. Aquellos determinismos de la primera mitad del siglo pasado, excluyentes por naturaleza, cansaron a quienes se interesaban más en entender al hombre que en defender una postura, se agotaron y dieron paso al surgimiento de teorías más “humanistas”, como se las conoció. (Si algún diputado hay que estudió psicología haría bien en revisar sus apuntes y libros de consulta universitarios para aplicarlos al momento político actual: los caudillismos cansan, se agotan y hacer germinar otros movimientos que los superan).

Las teorías humanistas y sus derivados, al tiempo que aceptan e incluyen en sus análisis los fuertes condicionamientos sociales y materiales (“necesidades primarias”), reconocen también la razón y la voluntad humanas como variables de peso en la explicación de la conducta humana (“autorrealización”). La Psicología Diferencial y las Teorías de la Personalidad son las ramas de la psicología más empeñadas en señalar y entender las diferencias individuales como explicación para las conductas de los seres humanos. Por otra parte, la Psicología Evolutiva o del Desarrollo se ocupa más de explicar cómo las personas percibimos, operamos y reaccionamos diferencialmente ante nuestra realidad en función del tiempo que llevamos viviendo en este mundo. Por cuestiones del método científico, la variable “tiempo vivido” o “desarrollo” se ha operacionalizado (manera como se entenderá y medirá objetivamente una variable) como “edad de los sujetos” “etapa del desarrollo” o, más actualmente, “generación”. Así, se asume que en los jóvenes su vitalidad y visión de futuro pese más al momento de decidir que su experiencia o apertura al mundo. En otras palabras, mientras al niño no le interesa para nada ocuparse en cambiar el mundo (ni siquiera ha desarrollado esquemas conceptuales que le permitan comprender su funcionamiento), el joven cree más en la posibilidad de cambiar radicalmente las cosas pues tiende a sobredimensionar su propia capacidad, fortaleza y vigor. Los adultos, cuando maduros, son más sobrios, más realistas, menos ilusos. Al llegar a la vejez, el ser humano integra sus propias facultades desarrolladas con la experiencia vivida, lo que le confiere mejor conocimiento de sus propios límites, mayor capacidad para separar sus deseos de las posibilidades objetivas reales, en suma, más sabiduría o testarudez.

Creo que por eso los legisladores consideran edades mínimas para que los ciudadanos puedan optar a desempeñar distintos cargos de responsabilidad ciudadana. Los tiempos, la época, están cambiando (siempre sucederá): cosas impensables antes son ahora comunes. El show del medio tiempo del pasado Superbowl es un triste ejemplo de ello. Para el olvido. Los espectáculos y ridículos de las Comisiones Legislativas hacen pensar en la conveniencia de subir la edad para los aspirantes a diputados o en exigir algo más de dignidad para el desempeño de la función pública, lo que nos pone en el difícil aprieto de cómo operacionalizar las variables como dignidad, honor, respeto que tendríamos que exigir. El señor Vicepresidente ya demostró que la sola edad no es garantía de nada.

Psicólogo/psicastrillo@gmail.com

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Filosofía Opinión Psicología

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