“Tendré que decir adiós e irme a los montes” dijo Kania a su padre. “Sabía que ese momento llegaría, amado hijo. Tarde o temprano querrías regresar al lugar de origen, como los peces rojos que remontan los ríos, buscando cuesta arriba el lugar donde nacieron. Tú naciste en las montañas y hoy pretendes volver a ellas. Es tu destino; no puedes detenerlo. Pero antes te revelaré el misterio de tu origen...” “¿De qué misterio hablas padre, que siembras inquietud en mi alma? “He de decírtelo cuando cumplas veintiún años, que es igual a tres veces siete, la llave de la victoria” -dijo aquel. Entonces Kania tuvo que esperar tres largos años para saber el enigma de su origen. Contaba los días con ansiedad, mirando ansiosamente a las cumbres, como si quisiera verse a sí mismo en ellas. O en todo caso que ellas le revelaran su destino. Tanta era su ansiedad, que los relojes de agua goteaban más lentamente. Un día, sin embargo, ocurrió algo inesperado. Lapo falleció. “Si Lapo ha muerto, es como si yo mismo hubiera muerto, porque ha llevado consigo el misterio de mi origen. Si ello ha ocurrido, nunca sabré quién soy... Habré perdido mi destino.” Kania no podía soportar el dolor de perderse a sí mismo. Así, enloquecido, pidió quedarse a solas con el cadáver de Lapo. Empezó a sacudir su cuerpo inerte, exigiéndole con furia y vehemencia, que volviera a la vida, a fin de decirle aquella verdad que determinaría el rumbo de su sino. (XXII) <de “La Esfinge Desnuda” -C.B.>
Viaje a las montañas
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Por Carlos Balaguer | Sep 11, 2022 - 16:33