“¿Cómo compruebas que eres la otra esfinge, desconcertante arquero?” objetó la quimera, envolviéndolo con su fascinante mirada de mujer. Kania buscó en el zurrón de cuero de antílope —que siempre llevaba consigo— un espejo de plata e hizo que la esfinge viera en él su propio rostro. Era otra forma de fascinación. “Admírate divina criatura del samsara. ¿Su serena armonía se reconoce en el espejo? Eres el mismo rostro del espejismo del desierto y de los charcos de lluvia. Eres la misma Esfinge del espejo de Kania, tu más humilde adepto. Tienes el mismo rostro de este arquero que llega desde apartadas ciudades de ceniza. No soy la divina esfinge que surge en el desierto erial, cuando el viento ardiente y huracanado da forma de león a las dunas de arena, sino la quimera humana e inaudita, que el viento feroz de la existencia forja.” “Di que tan grande conocimiento pretendes de mí, por el que ofreces dar tu vida a cambio. Sé que eres Kania el desdichado arquero de las lejanas urbes del amor y que has llegado a mí por el inevitable destino de ser hombre y quimera. Que renunciaste a un reino por venir a mí. Huyendo del Hombre, vienes a buscar en los desfiladeros la esfinge de ti mismo— que eres gloria y despojos; que eres grito y eres viento. Te persigue el ayer y la crueldad humana. La feroz multitud persigue a la quimera fabulosa. Te persigue tu inmensa culpa hombre extraño. Por eso llevas esfinges en el zurrón y todas las máscaras que desgarró la vida. Todo perece en el erial. Sólo quedan las raídas caretas del hombre y la quimera.” (XI) <de “La Esfinge Desnuda” -C.B.>
La esfinge del espejo de plata
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Por Carlos Balaguer | Ago 25, 2022 - 15:46