Óscar Wilde, en sus “Cartas desde la cárcel de Reading”, recordaba a un presidiario que vagaba eternamente por los patios y corredores de la prisión, llorando por haber matado a la mujer que amaba más que nadie en el mundo. Como errantes fantasmas del dolor vamos algunos por el mundo, llorando la noche del ayer, condenados como en la prisión de Reading a llorar nuestro eterno dolor de amor. Asesinos del amor, de un sueño o de una margarita, nuestra mayor condena es el quemante recuerdo de la culpa.
Un fiscal sudafricano en Pretoria forzó a Oscar Pistorius –estrella de los Juegos Olímpicos y Paralímpicos—a mirar la fotografía forense del rostro de su novia Reeva Steenkamp, después que muriera por un disparo que el mismo gimnasta le hiciera. El atleta, alguna vez admirado en el mundo por su lucha contra la adversidad, enfrentaría prisión perpetua de ser condenado por la Corte Suprema de Pretoria por el asesinato de su amada Steenkamp, una abogada y modelo de 29 años. “Asume la responsabilidad por lo que hiciste”, dijo el fiscal, lo que llevó a Pistorius a hundir su cabeza en sus manos, llorando en el banquillo de los testigos. Luego confesó su doloroso crimen: haber matado lo que amaba. Como el reo, fantasma del dolor, en la cárcel de Reading.
Pistorius: matar lo que se ama
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