Por donde se mire, el Génesis es un libro lleno de misterios. Habiéndolo leído y meditado en varias ocasiones y habiendo revisado diferentes traducciones, pasaré a exponerles una interpretación alterna desde una perspectiva liberal. La primera cuestión para abordar es la Creación.
El Dios bíblico crea el mundo -tal como lo conocemos- en siete días, bueno, técnicamente en seis, ya que el séptimo lo utiliza para descansar y regodearse de lo creado. Durante siglos, ríos de tinta han corrido para analizar y argumentar sobre si el mundo realmente ha sido creado por un ente omnipotente o si somos, por el contrario, el producto de un evento ciego y no dirigido que, a través de eones, se desarrolló bajo el principio darwiniano de la selección del más apto y de mejora continua, hasta que un mamífero del orden Homo Sapiens, como este servidor de ustedes, llegase a escribir sus ideas tecleando en una computadora.
Los científicos estiman que la edad del Universo es de quince mil millones de años, una cantidad tan vasta de tiempo que difícilmente la podemos comprender en su totalidad. De ahí que, aún los cristianos practicantes, han aceptado que la narrativa del Génesis es, en todo caso, una expresión de romanticismo lírico que pretende expresar en pocas palabras el drama que involucra la existencia del todo.
Esas terribles fuerzas primigenias sirven de rústica e impensable cuna para lo que se conoce como la “sopa prebiótica”. Esa confusa mezcla de componentes no orgánicos que sometida a presiones impensables que, junto al calor, la luz y otros factores externos, crean un evento único en millones de posibilidades, la muy primitiva vida orgánica: los aminoácidos. La vida se abrió paso.
Los organismos simples unicelulares dieron paso a millones de especies de procariontes, eucariontes… luego hongos, plantas y animales, hasta surgir, al final de una larga cadena, nosotros. Todo en alrededor de cuatro mil millones de años. Para que tengas una idea de este tiempo, si el surgimiento del Universo hubiera ocurrido a las cero horas de un día, el ser humano hubiese aparecido diez minutos antes de la media noche de ese mismo día…fuimos los últimos invitados a la fiesta de la vida.
El ser humano tal como lo conocemos, el Homo Sapiens, apareció hace alrededor de trescientos mil años. Conviviendo con uno de nuestros primos: los Neandertales, a quienes, de acuerdo con las últimas investigaciones, nos dedicamos entusiastamente a exterminar… parece que los humanos actuales, heredamos muchas mañas de nuestros antepasados en eso de andar escabechando al pueblo de a la par, si no, pregúntenle a Putin.
La vida de los primeros Homo Sapiens distaba mucho del relato bíblico de la “inocencia original”, principalmente porque eran entusiastas en eso de exterminar otras especies que le hacían sombra y, segundo, porque desde el amanecer de la historia les costaba lo suyo ganarse el pan de cada día. Todo ello nos lleva a analizar el tema del “paraíso del Edén”.
¿Si el paraíso bíblico era un lugar tan idílico y deseable, a qué clase de loco se le ocurre abandonarlo? Pues a uno que quisiera ejercer su libertad, quizás como tú y yo. Si yo te dijera: “quédate acá en mi finca de 1,000 hectáreas. Podes hacer lo que querrás. Comer lo que querrás. Pedirme la ropa que querrás. Dormir lo que querrás… solo un detallito: me tenés que adorar a toda hora, cuando yo diga y no podés salir de la finca jamás” ¿pagarías el precio por permanecer toda tu vida, sin derecho a salir ni a opinar, en mi “paraíso”?
Nunca debemos perder de vista ni subestimar la urgente, vital y atávica necesidad que el hombre y la mujer tienen respecto a ejercer su libertad individual: opinión, independencia, ejercicio responsable de su sexualidad, adhesión a una ideología, ejercicio de una religión o la falta de esta… en suma: ser libres ¿el precio a pagar? Ser expulsados de un paraíso que se parece más a Corea del Norte que a Disney. Yo al menos, estoy dispuesto a pagar el precio que implica el ejercicio irrestricto de mi libertad ¿es eso un pecado? No, no lo creo.
A partir del pecado original el hombre y la mujer fueron “condenados” al trabajo, cuando la realidad es que todos nosotros sentimos ese impulso de trabajar, ser productivos, inventivos, emprendedores. Todo lo cual no solo es bien visto, sino premiado en nuestra sociedad actual ¿es nuestra actitud hacia la productividad e ingenio el derivado secundario de un pecado? No creo, es parte de nuestra increíble naturaleza humana que se encuentra en una eterna búsqueda de superación, ánimo de lucro y prosperidad personal.
Según algunos, el Génesis narra nuestra “caída” pero yo creo que narra nuestro resurgimiento: nuestro paso irreversible hacia una libertad -material y espiritual- que apenas estamos empezando a comprender y aprovechar.
Abogado, Master en leyes/@MaxMojica