La flor del desierto se abre esplendorosa al medio de la inmensa soledad: sin que nadie le vea, aplauda o admire. Obra del Divino Artista, florece a la vida. Por igual, es en soledad que el artista encuentra el estro o inspiración: La lira del silencio; la imagen maravillosa de lo invisible; la seductora forma de lo intangible; el verso u obra literaria; la dulce presencia de la ausencia y lejanía de lo amado. Todo ello bajo la luminosa estrella de su noche y desierto interior. Más que vivir del arte, es que el arte le haga vivir. Porque la vida es arte: arte plástico, arte escénico, arte literiario… ¡Arte de amar! En fin, el arte de vivir. Oficio que -además de revelar el universo íntimo del artista- describe la belleza de la creación o la identidad cultural y espiritual de un pueblo o estirpe. La obra de arte pictórica deja su huella en el lienzo del tiempo; la sinfonía, en el pentagrama de los años; la escultura, en el mármol de la historia; la escena, en el teatro del mundo; el verso en la voz del silencio. Rastros que quedan en la memoria universal para el regocijo del espíritu. Tanto en imágenes visuales, audibles, palpables o evocadoras que el ser humano recrea, basado en aspectos de la realidad o de un sentimiento. Todo ello al interpretar en formas bellas, a través de la materia, la imagen o el sonido. Se puede decir que la leyenda humana ha quedado inscrita en el arte como en el espacio de la imaginación divina.
El arte: flor del desierto interior del artista
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Por Carlos Balaguer | Ene 18, 2023 - 17:47