La tradición cristiana le da nombre al enemigo de Dios y los hombres: Diablo, Satanás o Lucifer. La distinción entre los tres nombres es ambigua y tanto la Biblia como la Teología los tratan de forma indistinta y se le citará dependiendo del contexto. Resulta interesante profundizar en la historia de este mítico personaje.
En el paganismo no existía un concepto del Diablo como tal, ya que los dioses eran ambivalentes; es decir, tenían características buenas y malas, cada uno con sus impulsos, debilidades y defectos prácticamente antropomórficos; sus acciones se calificaban desde la perspectiva de si eran favorables o no para las personas, quienes se veían en la necesidad hacer sacrificios y ofrendas para gozar de su benevolencia y evitar su ira.
Encarnar el mal como una personificación proviene de la tradición judía, lo vemos citado en el Genesis casi al mismo tiempo en que se cita a Dios creador. Durante todo el Antiguo Testamento el Diablo se limita a actuar como un servidor más de Dios que hace el “trabajo sucio” (véase el libro de Job) y no es hasta el Nuevo Testamento que queda ya fuera de toda esperanza de redención a la espera de su derrota definitiva en el Juicio Final.
¿Pero es el Diablo un personaje o una serie de personajes que convergen en un solo concepto? En la mitología pagana existe un personaje que posee características similares: Prometeo. Él les roba el fuego a los dioses y se lo entrega a los hombres, por ello es el “portador de luz” (¿Lucifer?) que lleva a la humanidad un conocimiento que les estaba vedado. Un acto emparentado con la acción de la serpiente en el paraíso al tentar a Adán y Eva para que coman de la fruta del que les daba conocimiento sobre el “bien y el mal”.
Por esa transgresión el Dios bíblico castiga a la serpiente, mientras Zeus castiga a Prometeo: a la serpiente al infierno, y al segundo, a permanecer encadenado en la cima de una montaña del Cáucaso mientras, cada día, un águila devoraba sus entrañas… parece ser que a ambas deidades eran muy delicadas con el tema del “conocimiento”. Aparentemente consideraban que para que la humanidad fuera “feliz” tenía que permanecer…ignorante y obediente.
En la mitología nórdica nos encontramos con otra deidad díscola: Loki. Era una entidad burlona, timadora y estafadora, todo un delincuente juvenil espiritual. Su locura va mucho más lejos: mata a otro dios, Balder. Por esa transgresión es condenado eternamente a estar encadenado en la cima de una montaña (¿Prometeo?), para que una serpiente enroscada en su cabeza (¿Genesis?) derrame veneno sobre él para toda la eternidad, hasta que ocurra el Ragnarök, el final de los tiempos (¿Apocalipsis de San Juan?).
Finalmente tenemos al dios Baco, Dionisio o Pan (¿Diablo, Satanás o Lucifer?), diferentes nombres para una misma deidad. Según Heródoto, el culto a Pan empezó a hacerse popular entre los romanos por haberse aparecido ante las tropas antes de una importante batalla contra los persas para asegurarles que saldrían victoriosos, lo cual en efecto ocurrió tras un repentino ataque de pánico que ocurrió en las filas del ejército persa (de hecho, la palabra “pánico” -acción de Pan- proviene de este supuesto evento). Desconcertadas las tropas persas, fueron presa fácil del ejercito romano.
Baco, Dionisio o Pan se convirtieron entonces en una representación de la masculinidad, el desenfreno y la excitación sexual, pero también de la vinculación de los humanos con la naturaleza. Sus fiestas eran los aquelarres que posteriormente fueron condenados por la Iglesia Católica como reuniones de brujas en connivencia con Satanás, ya que a Pan se le visualizaba como mitad hombre, mitad cabra: torso humano con patas de cabrito y cuernos en la cabeza… ¿les suena conocido?
El concepto de Diablo es un concepto fluido, una mezcla de Prometeo, Baco, Dionisio, Pan y Loki, que representa la rebeldía, la no sujeción a las reglas, a las celebraciones con bebida y comida, al pensamiento crítico e independiente y, por otro lado, la vinculación del hombre con sus instintos naturales primarios que eventualmente fueron condenados como pecaminosos por los dogmas y reglas que impusieron a la sociedad las tres religiones monoteístas.
Lo cierto es que la maldad no necesita de una entidad que lo represente; siempre ha estado al lado del hombre por ser un efecto secundario de su libre albedrío que nos hace desear lo que no tenemos, robar, matar, mentir, y al vernos que somos capaces de llevar a cabo esas acciones que nos avergüenzan…convenientemente necesitamos crear a un “enemigo” a quien culpar que fue él quien nos “tentó” a hacerlo, cuando en realidad la maldad solo tiene un culpable: la libertad de decidir que habita en nosotros mismos.
Abogado, Master en leyes/@MaxMojica