Susmitananda —el joven emperador de la “sonrisa bienaventurada”— hablaba a su amada Lacsmi sobre la fugacidad del mundo, del dorado sueño de la vida y la gloria. Contemplando las altas torres del reino de Rhuna, se preguntaba si aquel no sería el último paraíso de sus vidas. Y decía a la joven emperatriz: “Todo pasa en las tierras altas. El amor, los deseos, la inmortalidad, la juventud, los años y la buenaventura... Me pregunto si nuestra gloria pasará. Si la fatal esfinge ha de llegar un día de tantos a asaltar la ciudad, destruyéndola con sus ojos cegadores. O si -en último caso- nos haga olvidar nuestro origen y a nosotros mismos. Entonces seríamos esclavos del olvido hasta desaparecer del altiplano.” La temida cantora había logrado en el pasado —mediante su trágico encantamiento— que los rhunos olvidaran quiénes eran y en dónde se encontraban las minas de oro. El gran temor de Susmitananda, pues, era que la sombría deidad regresara a destruir el reino. Lacsmi —por su parte— tenía otra visión del mundo. Al parecer no temía a la siniestra criatura ni conocía el tormento del porvenir al igual que los de su estirpe. Mismos que eran en cierta forma seres libres, sin recuerdos ni esperanzas, sino tan sólo con la luminosa gracia del hoy ineluctable. (LXXXII) <de “La Esfinge Desnuda” -C.B.>
Fugacidad del mundo, el sueño y la gloria
.
Por Carlos Balaguer | Dic 11, 2022 - 16:39