Cuando tomas decisiones personales ¿lo haces pensando en el futuro o te basas en lo que consideras gratificante o necesario respecto a tu presente? Los economistas llaman a ese tipo de decisiones las “variables de la preferencia temporal”. Las conclusiones que se pueden obtener analizando la preferencia temporal de las personas son muy interesantes.
Primero tenemos que definir que la “preferencia temporal” es la capacidad del individuo para diferir la gratificación presente derivada de las decisiones que toma, esperando que ese diferimiento genere un mayor beneficio a futuro.
Por tanto, cuando el individuo tiene una “alta preferencia temporal” no es capaz de diferir lo que quiere hoy (dejar de consumir, por ejemplo), a efecto de obtener algo mejor en el futuro (los beneficios derivados de una inversión). Por el contrario, un individuo tiene una “baja preferencia temporal” cuando puede diferir la gratificación derivada de sus decisiones, renunciando a un “aquí y ahora” por un mañana mejor, más abundante o satisfactorio.
Para el caso, la preferencia temporal de los animales es muy alta comparada con la de los humanos. Los animales actúan para satisfacer sus impulsos instintivos inmediatos y tienen una escasa idea de lo que es el futuro. Por el contrario, los seres humanos sí podemos prepararnos para el futuro y actuar de una forma más racional, sin precipitarnos para buscar satisfacer de inmediato situaciones como el placer, el hambre o la agresión.
Una vez que la preferencia temporal disminuye lo suficiente dentro de una sociedad, permite la acumulación de capital (ahorros) o la creación de bienes (inversión), con lo que se inicia un proceso de civilizador que brinda enormes beneficios a la colectividad, ya que solo los individuos que forman parte de una sociedad educada, pacífica, estable y civilizada pueden tener una certeza razonable que mañana podrán gozar de los beneficios derivados de lo que siembran hoy.
De ahí que los empresarios, dentro de una sociedad, son aquellos individuos que tienen una preferencia temporal más baja comparada con el resto: en vez de gastarse sus excedentes en viajes, fiestas, diversión, ropa o carros de lujo, prefieren utilizar esos recursos en hacer algo que al resto de la sociedad no le interesa o le interesa poco: invertir.
La inversión toma la forma de ahorro o de creación de valor mediante la constitución de una empresa y no solo requiere postergar la gratificación personal del individuo que lo hace, sino que, además, implica exponerse a algo que a la mayoría no está dispuesto a asumir: riesgos.
Cuando inicias una empresa, el fantasma del posible fracaso siempre está presente: ¿Quién puede asegurar que tu producto o servicio le va a interesar al público o que el sabor de la comida de tu restaurante va a poder competir con el resto? ¿Quién te asegura que tu modelo de negocios es eficiente, inteligente y novedoso y, por tanto, va a ser un éxito? Solo quien difiere la gratificación derivada de gastar lo que tiene en lo que lo satisface “hoy”, y prefiere trabajar, esforzarse, invertir y tomar riesgos, puede obtener lo que muchos quisieran tener: una recompensa económica.
En El Salvador típicamente se ha satanizado la iniciativa empresarial o el ánimo de lucro. Existen diferentes razones, una deriva del contenido de la teología católica (a diferencia de la evangélica), que ve como pecaminosa la acumulación de capital, sin reparar que esta es un requisito previo para que exista inversión. Esa visión teológica cuyo exponente máximo es la “Teología de la Liberación”, no anima la iniciativa empresarial.
Por otro lado, están las razones ideológicas. Dada la corriente política imperante en América Latina, se ha apostado en diferentes épocas y regiones, por políticas de naturaleza colectivista que han permeado en todos los estratos sociales y académicos al haber sido enseñadas y predicadas durante décadas. Estas proponen amplios controles gubernamentales sobre la iniciativa privada, los cuales la ralentizan, cercenan, impiden o la gravan fiscalmente, tratándola más como una enemiga que como una fuerza civilizadora, ignorando que es la iniciativa empresarial la que en última instancia paga los impuestos que son necesarios para impulsar todos los programas sociales de los gobiernos de turno.
El empresario no toma riegos por altruismo, por ser “buena gente”; su renuncia a la gratificación inmediata y su baja preferencia temporal, la hace esperando una mañana mejor para él y su familia; pero es esa fuerza empresarial la que acaba generando un alto valor agregado que beneficia a toda la sociedad.
El empresario que renuncia a una gratificación en el hoy para gozar los frutos mañana, es una fuerza civilizadora y el verdadero amigo del progreso; no entenderlo, es la razón por la cual América Latina y nuestro querido El Salvador, se han convertido en residentes permanentes en el subdesarrollo.
Abogado, Master en leyes/@MaxMojica