Desde el punto de vista económico, la educación no es un producto tangible que se pueda comprar o vender. La educación es un servicio, un conjunto de actividades destinadas a satisfacer una determinada necesidad de los clientes, brindando un producto inmaterial y personalizado. Este servicio lo prestan el sector público y el sector privado. El sector público lo pagamos todos, el privado lo paga cada familia. El presidente de la Asociación de Colegios Privados de El Salvador, declaró recientemente en la televisión nacional que nuestra educación es mediocre. No es que sea una información nueva, pero viniendo de quien viene y que ha estado en el negocio por varios lustros, la afirmación cobra fuerza.
No se necesita estudiar economía para saber que todo servicio se paga. Cuando usted contrata un servicio privado, el prestador del servicio tiene la potestad de calcular el costo del servicio que presta en función de las inversiones, gastos y trabajos que realiza para ofrecerlo. No paga usted lo mismo por unas carnitas a la entrada de San Vicente, que por una jugosa punta jalapeña en un restaurante citadino. El ejemplo del restaurante no ayuda mucho para entender el dilema del negocio de la educación: en el restaurante el cliente exige que la carne que le sirvan sea de calidad, bien cocinada y servida y con buenos acompañamientos: consomé, papa horneada, verduras asadas, pan con ajo. En los colegios y la universidad, los clientes (estudiantes) raramente exigen un servicio de calidad y algunas veces hasta se ponen felices cuando no se les brinda el servicio. ¿No lo cree? En el restaurante usted reclama cuando a los quince minutos no le han empezado a servir lo que pidió; en las universidades los estudiantes abandonan el aula si en 15 minutos después de la hora señalada no ha llegado el profesor. Alguien grita ”¡Ya no vino!”, y todos salen corriendo, no vaya a ser que llegue, encuentre algún alumno desprevenido sentado a su pupitre y se le ocurra dictar clase.
En la prestación de servicios no existen cadenas de producción en masa como sí sucede en la fabricación de bienes. Aunque es lo que muchos quisieran ningún centro educativo puede producir estudiantes iguales: ni la materia prima con que inicia es la misma ni los bachilleres que salen al final serán iguale. Todos somos distintos. Lo más que puede asegurar un servicio educativo es un paquete que sus estudiantes adquirieron un mínimo de conocimientos, habilidades, actitudes y valores. Eso se conoce como estándares y es lo que pretendía evaluar una prueba como la PAES: lo mínimo que debería conocer con propiedad un bachiller de la república. Resultó interesante ver como el presidente de los colegios privados se refirió con cierta nostalgia a la PAES. Habiendo sido él un férreo promotor para que la PAES dejara de aplicarse, pareció expresar cierta nostalgia por la misma cuando la comparó con la actual AVANZO, cuyos resultados no respaldarían sus declaraciones de mediocridad de la educación.
No importa si la prueba es AVANZO o RETROCEDO: lo fundamental es que se evalúe de alguna manera que permita tener una medida objetiva de cómo estamos. ¿Seguimos igual, mejoramos o empeoramos? Quienes tienen contacto cercano con la educación son de la opinión mayoritaria que no avanzamos, sino que estamos peor, pues las clases virtuales de estos últimos años han hecho estragos en los conocimientos y habilidades sociales que los alumnos debieron haber desarrollado durante este tiempo. Mal de muchos, epidemia: parece que este es un dato que se repite en todo el mundo.
Independientemente de la situación en la que se encuentre la educación, lo importante será siempre lo que se haga: las acciones concretas que se pongan en práctica. Se me ocurre que los directores de escuelas y colegios de esa Asociación harían bien en visitar las sesiones de Alcohólicos Anónimos y copiar aquellos aspectos de su dinámica que pudieran ayudarlos a superar la situación en la que su presidente dice que están.
- “Soy un colegio privado y sufro de mediocridad”, me los imagino a cada uno iniciando su participación ante el grupo de iguales. “Me di cuenta de ello porque……… (y cada quien diría lo propio). Lo importante vendría después, cuando afirmara su compromiso ante los demás. “… he decidido que, solo por el día de hoy, no beberé de esa copa y me mantendré tratando de salir de la mediocridad”.
No es ésa una declaración que los llevará a Ministros de Educación o encumbrad puesto político (para eso habrá que decir que en solo tres años hemos conseguido llegar a ser uno de los mejores países del mundo en educación, aunque no haya manera de comprobarlo). No importa. Quizás algún día los acompañaríamos a celebrar quince años de sobriedad y podríamos celebrar con esas promociones de bachilleres que los colegios se mantuvieron fuera de la mediocridad cada uno de esos días. Uno a la vez, cada día. Pero luchando cada uno por salir de la mediocridad.
Psicólogo/psicastrillo@gmail.com