La educación es intrínseca, inseparable, a la condición humana. A veces me gusta explicar que en realidad lo que se llama mala educación no es sino falta de educación, por lo que a esas personas que en lenguaje coloquial les decimos maleducadas, en realidad habría que llamarles cortas de educación. De una u otra manera a lo largo de toda nuestra vida, pero principalmente en la infancia y juventud somos indefectiblemente educados. Por eso lo importante no es tanto si se recibe o no educación, sino, quién nos educa.
Hasta hace un par de generaciones el peso de la educación recaía principalmente en la familia, la escuela y la comunidad donde uno crecía. Se tenía la razonable esperanza de que las futuras generaciones compartieran no solo conocimientos, sino valores y actitudes ante la vida, con sus mayores. Y así era. Pero las cosas están cambiando. Ahora el ambiente (real o virtual, qué más da) tiene un peso y una influencia en la educación como nunca había tenido.
Todo parece indicar que las pantallas están tomando el relevo en protagonismo de la educación de las nuevas generaciones. Y no me refiero únicamente a los aspectos académicos, sino a algo mucho más profundo: al conjunto de valores y actitudes que conforman la identidad de las personas como se perciben a sí mismas, y con respecto a la comunidad social a la que pertenecen.
Si escribiera cómo Netflix, TikTok, Facebook o Instagram están causando serios problemas entre un número considerable de jóvenes -ellos y ellas-, al motivar que se preocupen de manera casi enfermiza por su apariencia, o se esfuercen de maneras a veces inverosímiles para encajar en lo que piensan que la “sociedad” espera de ellos, o dijera cómo ventilan sin pudor hasta las cosas más personales, me parece que ya no sorprendería a nadie. Es un secreto a voces.
Sin embargo, la influencia de las redes sociales en el modo como nuestros adolescentes se entienden, más que un efecto vendría a ser un síntoma de un problema alojado en los fundamentos de la cultura actual.
Hasta hace poco, crecíamos con una enseñanza que enfatizaba en la vida buena y en la pertenencia a una comunidad: se nos inculcaban cosas como jugar limpio y decir la verdad, cumplir las promesas y pagar las deudas. Nos enseñaban a cuidar de los miembros de la propia familia y a vivir en paz con los vecinos, nos animaban a formarnos nuestra propia opinión acerca de multitud de cosas, a partir de bases morales probadas por la historia.
La formación de la personalidad, del carácter, se producía en gran parte por el simple contacto con nuestros iguales, y mucho de lo que aprendimos lo hicimos por medio de historias, literatura, modelos humanos que deseábamos imitar pues sabíamos que hacerlo nos haría ser mejores personas.
Pero las cosas tornas han girado. Actualmente la Matrix, el mainstream mediático (constituido por los medios de comunicación y por la Red de redes, principalmente) educa, pero en direcciones diferentes. Si antes importaba la justicia, la prudencia, el coraje, el servicio a los semejantes, ahora es fundamental respetar las opiniones de todos y no ofender a nadie con discursos políticamente incorrectos. Hoy día lo justo no es lo que corresponde a cada uno, sino respetar las opiniones mayoritariamente extendidas y reivindicar los derechos de las minorías. El coraje no se entiende sino en comunidad. La prudencia es actuar de tal modo que uno no ofenda a nadie, y el servicio a los semejantes es un disparate.
El meollo está en la sustitución de la verdad como núcleo de la educación y garante de la libertad, y su relevo por la opinión por mor de no ofender y contemporizar con todos. Hasta lograr la paradoja de creer que una mente “independiente” es la que “piensa” como todas las demás.
Ingeniero/@carlosmayorare