Hay dos ideas muy latinoamericanas que han surgido de las profundidades del sur del continente que parecen prometer un futuro de gran progreso sin —y esto es lo latinoamericano— mayor esfuerzo. El problema que la idea pretende resolver es que Argentina está sufriendo de “una escasez de dólares” causada, dice la historia que ahora cuentan, por los problemas internacionales que, dicen ellos, ya todos conocemos —el covid-19, la guerra de Ucrania, y la restricción en la creación de dólares por parte de la Reserva Federal de Estados Unidos. En el espíritu en el que se discuten estos temas en la región, a estas cosas podríamos añadir la renuncia de Jacinda Dardern, la publicación del libro del príncipe Enrique, la decadencia de la Kim Kardashian y cualquier cosa menos las políticas monetarias y fiscales de Argentina.
Esta omisión es una pena porque la escasez de dólares en Argentina se debe a sus propias políticas fiscales y monetarias, que se resumen en una cadena en la que: (1) el gobierno gasta demasiados pesos, por lo que (2) el banco central imprime muchos pesos para financiarlo, lo cual causa (3) un gasto grande en dólares para pagar el contenido importado de las cosas que el pueblo argentino compra con todo el dinero creado por su banco central, junto con (4) tasas muy altas de inflación en todas las cosas que no son importadas, como los terrenos, y con (5) tasas muy altas de inflación también en las cosas importadas porque el gasto de las reservas en dólares llevan a devaluaciones, que suben los precios de las importaciones. Así, la creación de demasiados pesos es lo que lleva a la escasez de dólares. Esto, a su vez, lleva a disminución de la producción local, porque toda producción en todos los países del mundo requiere de cosas importadas.
Así, la producción excesiva de pesos, que cualquier latinoamericano pensaría que llevaría a mayor producción, por llevar a más demanda, en realidad lleva a una caída en la producción en el mediano plazo. Esto ya está afectando a Argentina. No es la escasez de dólares en el mundo. Es la creación excesiva de pesos, para financiar al gobierno.
¿Y Brasil? El problema es que Brasil es el mayor suplidor de Argentina. Si Argentina no tiene dólares para pagarle a Brasil, Argentina no le podrá comprar a Brasil materias primas y materiales intermedios para su industria, y la disminución de su producción resultará en una disminución proporcional en Brasil. Cuando un cliente importante suyo se queda sin dinero, usted sufre en sus ventas.
Entonces, surgen las dos ideas para resolver este problema. La primera es que el Banco de Desarrollo de Brasil financie directamente a las empresas argentinas que compren sus insumos en Brasil, y que los financien en reales brasileños. Así, los argentinos no tendrán necesidad de dólares para importar de Brasil. Genial. Los dos países van a poder ignorar los dólares. Pero, ¿podrán de verdad ignorarlos?
El problema es que los productos brasileños que Brasil exportará a Argentina llevarán un componente muy grande de importaciones a Brasil. Hasta ahora, los argentinos han pagado los dólares necesarios para que Brasil importe esos bienes y servicios que van inmersos en lo que le venden a Argentina. Lo pagan porque pagan en dólares las importaciones que hacen de Brasil. Ahora, Brasil tendrá que seguir importando estas cosas pero no recibirán dólares de Argentina. Si las exportaciones de Brasil a otros países que paguen en dólares no aumentan las reservas de Brasil en dólares van a disminuir, creando un problema monetario y financiero a Brasil. Brasil tendrá que pagar una parte importante de los excesos fiscales de Argentina pasándole dólares que no recuperarán en sus exportaciones. Esto, por supuesto, no es sostenible ni política ni económicamente.
La idea es que el primer préstamo financiaría todas las importaciones de Argentina provenientes de Brasil por un año entero. Con la increíble creación monetaria de Argentina, diseñada para cubrir los enormes déficits fiscales de ese país, que son mucho mayores que los de Brasil, la moneda argentina se devaluaría drásticamente con respecto al real, y las empresas argentinas no podrían pagar. Entonces viene la solución magistral. Hagamos una moneda común para que no sea posible devaluar entre Brasil y Argentina.
Pero fíjese usted que esto no resuelve el problema fundamental: la escasez de dólares en la suma de los dos países. Si Argentina no reduce sus gastos excesivos ¿Cómo los va a financiar? ¿Emitiendo más de la nueva moneda, causando más inflación, ahora a los dos países, y causando más devaluaciones, ahora a la moneda común? ¿Y Brasil permitiría que esto pasara? El esquema va a reventar después de que Brasil se dé cuenta de que Argentina le va a succionar todas sus reservas en dólares. Otra historia de realismo mágico de Latinoamérica.
Máster en Economía
Northwestern University