El emplear eufemismos es, con frecuencia, un arma de manipulación mediática muy efectiva, que puede hacer la diferencia entre provocar un rechazo bien justificado ante el público, y provocar, más bien, ciega admiración. Este es el caso de quienes, como medio para contrarrestar el problema de la desinformación, creen que solo se debe dar voz a las opiniones que subjetivamente consideran “calificadas”, lo cual es con frecuencia solo un eufemismo para decir que debe silenciarse toda opinión que no se encuentre en armonía con los paradigmas y exigencias del poder de turno.
Como ejemplo de esto, está el reciente caso del Partido Comunista Chino, el cual desde hace décadas ejerce un poder totalitario sobre la quinta parte de la población mundial, y que recientemente ha anunciado que implementará una nueva ley en donde se prohibirá que los ciudadanos chinos posteen en internet contenido del que el gobierno considere que no están calificados para opinar. Esta ley fue vendida en Occidente como una “ley que prohíbe la desinformación, dando voz a los profesionales, para dar a los usuarios información veraz y científica”, cuando en realidad, significa todo lo contrario, porque en un sistema totalitario, “ciencia” es lo que dice el partido que es la ciencia, y una “voz calificada” es aquella que califica el partido para emitir opiniones en concordancia con sus ideales. Tanto así, que cualquier divulgador informativo, así sea verdaderamente profesional, sería vetado por esta misma ley, si lo que dice es contrario a los intereses y doctrina del gobierno chino.
Con esta ley, el gobierno chino pretende preservar el control que ya tiene sobre sus propios ciudadanos, para que éste no se vea mermado por fenómenos como la globalización; limitar su actividad en internet es solo un medio para este propósito. El gobierno chino ya ejerce un poder despótico contra sus ciudadanos, determinando lo que piensan, la forma en que son educados, sus creencias religiosas, sus economías, su natalidad, la manera en cómo perciben su propia dignidad ante la acción del gobierno, y una larga fila de etcéteras. Es evidente que un gobierno como este no está precisamente interesado en combatir la desinformación.
El problema de la desinformación es cultural; el consumidor es, hoy en día, un agente pasivo entre los medios de comunicación. Esto no se resolverá provocando que se siga consumiendo pasivamente, con la diferencia de que la información sea “deseable” para ciertos grupos. Basta con que los usuarios tengan herramientas propias de análisis que les permitan discernir la información de la desinformación por sus propios medios.
Dicho esto, no es necesario ni deseable, imitar medidas de un estado totalitario para responder a los problemas que vivimos en Occidente. El poder puede legitimarse manipulando el lenguaje para esconder sus propios abusos.
Estudiante de Economía
Club de Opinión Política Estudiantil (COPE)