Este miércoles iniciamos la cuaresma, un tiempo de reflexión y confrontación con Dios y nosotros mismos. Se nos invita a caminar con Cristo para celebrar con Él Su triunfo sobre la muerte y el pecado. Jesús y sus discípulos celebraban cada año la “pascua judía” cumpliendo con seriedad todos los ceremoniales. En San Mateo leemos que Jesús anunció Su muerte y lo que sucedería antes de ella. “Sabéis que dentro de dos días se celebra las pascua, y el hijo del hombre será entregado para ser crucificado” (Mt. 26, 1). Nuestra pascua no es la judía, celebramos la cristiana para hacer presente el misterio de nuestra salvación en la Resurrección del Señor.
La Cuaresma nos llama a un cambio de mentalidad, y es un tiempo oportuno, para crear un espacio a Dios en nuestra vida. Se inicia con la imposición de la ceniza sobre nuestras cabezas como un símbolo de nuestra condición débil y caduca. La ceniza era muy empleada en la cultura bíblica para expresar arrepentimiento. “Volví mi rostro a Dios el Señor para buscarle en la oración y súplicas, en ayuno, cilicio y ceniza. (Daniel 9,3). Abrahán suplicó al Señor diciendo: “Aunque soy polvo y ceniza, me atrevo a hablar a mi Señor” (Gn. 18, 27). Acompañamos día a día a Cristo que camina hacia el calvario purificando nuestra vida de toda mancha y pecado. “En este tiempo de conversión renovemos nuestra fe, saciemos nuestra sed con el “agua viva” de la esperanza y recibamos con el corazón abierto el amor de Dios que nos convierte en hermanos y hermanas en Cristo” (Papa Francisco).
En la piedad popular existen muchas prácticas que se han convertido en hermosas tradiciones artísticas y culturales, que mientras se pueda, no hay que abandonarlas. Hay viacrucis, procesiones, velaciones, creatividad en la confección de alfombras y muchas otras iniciativas. Todas estas buenas prácticas adquieren sentido cristiano cuando son expresión de un cambio interior y no solo una expresión exterior de entusiasmo pasajero.
Para vivir interiormente la cuaresma como tiempo de gracia y conversión, hay tres recomendaciones evangélicas que facilitan la conversión: “El ayuno, la oración y la limosna”. (Mt 6,1-18). El “ayuno” no es solo de comida y bebida, hay que ayunar de nuestro egoísmo, orgullo, pereza, critica, murmuración, rencor, injusticias y de tantas otras cosas que afectan nuestra paz interior. Este ayuno es más agradable a Dios que el privarnos de alimentos. La “limosna” no es solo ayudar económicamente a los necesitados, también es enseñar al que no sabe, dar un consejo oportuno, compartir una alegría, ofrecer el perdón a nuestros enemigos. Esto es expresión de amor y solidaridad para con los demás. San Agustín es muy expresivo cuando nos dice: “Si extiendes la mano para dar, pero no tienes misericordia en el corazón, no has hecho nada; en cambio, si tienes misericordia en el corazón, aun cuando no tuvieses nada que dar con tu mano, Dios acepta tu limosna”.
La “oración” sostiene nuestras buenas obras y genera conversión interior al cambiar nuestro corazón para ser más generosos y comprensivos, es generadora de amor. Jesús en el Monte de los olivos experimentó su muerte muy cercana y por eso animó a sus discípulos orando de rodillas a su Padre celestial. ¡Que tengan una bendecida y solidaria cuaresma!
Sacerdote salesiano.