Somos polvo de estrellas. Formados de elementos naturales como carbono, oxígeno, hidrógeno y otros materiales presentes en todas las formas de vida y en el mundo inerte. Pero hay algo que hace diferente al hombre, y es que Dios sopló en él aliento de vida. Con eso, la imagen y semejanza de Dios quedó permanentemente grabada en él. La dignidad de la persona humana es una apetencia del espíritu que le fue otorgada en la creación. Es una atribución innata, común a todos los seres humanos sin ningún tipo de distinciones académicas, étnicas, de nacionalidad, de sexo, condición social, credo religioso, preferencias políticas ni de ningún otro tipo. Es una cualidad inalienable de la que ni la persona puede privarse a sí misma, como tampoco nadie se la puede negar o arrebatar.
Todo intento por rebajar, vilipendiar o menoscabar el respeto que toda persona merece, es un atentado contra la imagen de Dios en ella. En consecuencia, no se puede tener comunión real con Dios si no se la tiene con todas las personas. Lastimosamente, no todos los creyentes comprenden esa estrecha e inevitable relación. En el reciente estudio sobre religión que la Universidad Francisco Gavidia hizo en asocio con el Canisius College de New York, ante la pregunta de ¿qué es el pecado?, los creyentes respondieron: todo lo malo 41%, desobedecer a Dios 33.6%, hacer mal al prójimo 15.7%. Es una minoría la que considera que la manera cómo nos relacionamos con los demás tenga alguna implicación en la espiritualidad. De allí que se comprenda por qué en nuestro país, donde el 98% de la población se define como creyente, se cultive tanto desprecio y odio hacia los seres humanos.
El respeto a la imagen de Dios en cada persona no es un tema conceptual, se construye y realiza en el reconocimiento recíproco que se da en las dinámicas sociales. Es mediante el reconocimiento social del otro que la dignidad se establece. Si el respeto no se produce en la manera cómo se trata y cómo se ve a lo demás en la cotidianeidad, todo lo que se pueda sermonear es solo hipocresía. Dado que existe una relación entre el trato al prójimo y la relación con Dios, el único cristianismo que vale es el de la consideración, el respeto y la estima a todas las personas. Y eso no como algo etéreo o místico sino como la manera en que se va construyendo el tejido social y político cada día. Sin duda que somos una sociedad de creyentes, pero una sociedad muy lejana al evangelio y a las buenas nuevas de Jesús.
Una sociedad conforme al corazón de Dios debe ser aquella en la que el ser portador de la imagen divina sea suficiente para tener garantizado el respeto, la autonomía, la seguridad y las oportunidades para la plena realización. Los cristianos deberían ser luchadores incansables para que, a cada individuo, por pequeño o pobre que sea, se le reconozca su valor sagrado y, por tanto, cualidades inviolables como la vida, la libertad, la intimidad, la propiedad, la espiritualidad, la familia y la honra. En una sociedad así sería una responsabilidad inescapable del Estado el proteger a las personas de injerencias arbitrarias en su vida privada, su familia, su domicilio o sus comunicaciones. Así se estructuran los derechos y deberes con base a la moralidad, ya que la dignidad del humano es un asunto de moralidad, de racionalidad y espiritualidad del individuo.
¡Cuán lejos nos encontramos de una fe consistente y arraigada en las enseñanzas de Jesús! Nos hemos construido un dios conforme a nuestra semejanza, pasiones, preferencias, y causas bochornosas. Por supuesto, ese no es el Dios de la Biblia, sino un ídolo hecho a conveniencia de quienes gustan manipular la divinidad a su antojo. Eso explica la tremenda contradicción de quienes se llaman creyentes pero acostumbran violar la obra del Creador.
El llamado de ayer y de hoy es a un arrepentimiento honesto que vaya mucho más lejos que una reforma religiosa y cale en la manera de comprender y tratar al prójimo. Es en el prójimo donde se refleja el rostro del supremo hacedor y, quien no sabe dignificarlo, no tiene ninguna relación con el Creador.
Pastor General de la Misión Cristiana Elim.