Son las 6:00 a.m. Mientras leo en la computadora el libro “Cuerdos entre locos”, de Lauren Slater, casi de modo automático y sin reflexionarlo, tomo la tasa de café con mi mano derecha y bebo un sorbo; a renglón seguido enciendo un cigarrillo, mientras sigo leyendo. A los segundos se acerca mi perro en busca de cariño, lo acaricio y sigo leyendo. Los minutos pasan. Alguien toca el timbre, me levanto y voy rumbo a la puerta: es Gloria que llega a trabajar, le abro y me regreso a la lectura. Suena el móvil, contesto la llamada, y luego reviso el WhatsApp y contesto un par de mensajes, uno con texto, otro con audio. Hago un recuento, son las 6:10 a.m., todo esto sucedió en 10 minutos.Y luego comienzo a escribir este artículo…
En cada fragmento del día, minutos u horas, nuestro cerebro dirige de modo sofisticado, multimodal e interactivo decenas, cientos y miles de acciones; unas inconscientes o automáticas, más reptilianas (55 % de las actividades), otras más emocionales o límbicas (30 %) y algunas analíticas o lógicas del neocórtex (15 %).
Le geometría funcional del cerebro y su sinapsis ha recibido cientos o miles de inputs y a la vez ha enviado órdenes predictivas en milisegundos. Leyes bioquímicas y tormentas eléctricas se fusionan en las redes neuronales.
Codificar y decodificar textos a través de la lectura, aprender, sentir, escuchar, reaccionar, manipular objetos múltiples de diversos tamaños, texturas y temperaturas; responder a necesidades diversas; además, caminar, saciar necesidades, comunicación… Tantas cosas en un brevísimo lapso de tiempo.
Con la lectura el cerebro ha aprendido y ha cambiado, ya no es el mismo, ha incluido nuevos saberes y fragmentos de datos o información que se han transformado en “símbolos” de la realidad; ahí están guardados. Las endorfinas han actuado, cuidando que esa información útil o placentera esté al alcance y de forma simultánea; pero también el cerebro, la conciencia, la mente o los axones han movido información, han generado inferencias que van hacia el olvido o al inconsciente, muy cerca de ese basurero psíquico en donde agrupamos los miedos y las malas experiencias.
Existen demasiadas perspectivas e investigaciones en el mundo de la Neurociencia que intentan explicar y descifrar el funcionamiento del cerebro, algo tan complejo y profundo, difícil de estudiar, pero con implicaciones prácticas y cotidianas que nos definen, aportan identidad, temperamento, personalidad y un modo de ser frente a la realidad y la alteridad. Por ejemplo, según Mel Levine son ocho sistemas o constructos neuroevolutivos los queadministran el complejo cerebral: atención (el administradorde todos los demás sistemas; memoria; lingüística; espacial; secuencia; motor; sistema superior; y el Pensamiento social.Para Howard Gardner son las inteligencias múltiples: lingüística; musical; lógico-matemática; corporal cinestésica; espacial; intrapersonal; interpersonal; y naturalista. Para Rodolfo Llinás, es la mente y sus cualidades y capacidades diferentes, y la ley de no intercambiabilidad de células nerviosas. Para Stanislas Dehaene la cognición numérica y la proyección de la conciencia fenoménica. Para Arno Stern y su Closlieu la formulación.
Cuando trabajamos en educación es difícil comprender que estamos modificando un cerebro de un niño o niña; los vemos como seres humanos, como sujetos, con empatía, pero en el fondo, el intento del hecho educativo busca mejorar las capacidades emocionales y cognitivas del cerebro; la llamada inteligencia sentiente o inteligencia emocional.
Pero, aunque observemos o evaluemos manifestaciones o evidencias en los exámenes, pruebas, presentaciones, trabajos teóricos o prácticos; aunque asignemos una calificación mala, regular o buena, nos queda la duda si logramos ese cambio positivo y hasta dónde fue su alcance en el cerebro: a qué profundidad llegamos y si impactamos en un aprendizaje significativo, pertinente o ético. La nota no garantiza nada.
Suena paradójico: educamos a un cerebro, un órgano humano fundamental que no tiene sexo en sí mismo, pero que dirige un cuerpo sexual de hombre o mujer inmerso en una cultura, y gracias a este cerebro y a su evolución cognitiva, el ser humano fue clasificado filogenéticamente por Carl Linnaeus desde 1758 como: Eukaryota; Animalia; Eumetazoa; Bilateria; Deuterostomia; Chordata; Vertebrata; Gnathostomata; Tetrapoda; Mammalia; Theria; Placentalia; Boreoeutheria; Euarchontoglires; Euarchonta; Primates; Haplorrhini; Simiiformes; Catarrhini; Hominoidea; Hominidae; Homininae; Hominini; Hominina;Homo; Especie: Homo sapiens (aprender esto en latín era una de las pesadillas de educación media).
Educamos un cerebro con una topografía de 47 áreas (Brodmann) y cuatro secciones lobulares -frontal, parietal, occipital, temporal-; con estructuras subcorticales, cuerpo calloso, tálamo, ganglios, amígdalas, cerebelo, hipotálamo, neuronas, axones, dendritas, que controlan las funciones vitales: como la regulación de la temperatura, de la presión sanguínea, de la tasa cardíaca, la respiración, dormir, comer. Además, recibe, procesa, integra e interpreta toda la información que recibe de los sentidos: la vista, el oído, el gusto, el tacto y el olfato. Controla los movimientos que hacemos y la posición postural: caminar, correr, hablar, estar de pie. Es responsable de nuestras emociones y conductas.Nos permite pensar, razonar, sentir, ser. Controla las funciones cognitivas superiores: la memoria, el aprendizaje, la percepción, las funciones ejecutivas (Miller, 2000; Miller y Cohen, 2001).
Tan simple y tan complejo; no vemos a nuestro cerebro, solo sabemos que está ahí dentro del cráneo, dirigiendo toda la orquesta de nuestra vida, creando lo mejor y lo peor, con precisión y errores, amando y odiando, calculando y olvidando, creando y destruyendo.. ¿Alguna vez lo había pensado?
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Investigador Educativo/opicardo@asu.edu