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Centroamérica: ¿Una nueva visión para afrontar el cambio climático, prevenir y resolver conflictos y mejorar la vida de su población?

Durante el Seminario sobre el Derecho Humano al Agua realizado en El Vaticano el 23 y 24 de febrero de 2017, el Papa Francisco dijo: “¿Me pregunto si caminamos hacia la Gran Guerra Mundial del Agua?” Destacó que “el agua está en el comienzo de todas las cosas, es fuente de la vida y de la fecundidad”, recordó que “cada día, 1.000 niños mueren a causa de enfermedades relacionadas con el agua”, subrayó que “el agua es condición para el ejercicio de los demás derechos humanos”, recalcó que “es urgente tomar conciencia de la necesidad del agua para el bien de la humanidad” y enfatizó que “es imprescindible la acción de cada Estado como garante del acceso universal al agua segura y de calidad”.

Por Francisco Galindo Vélez |

“Seamos realistas, pidamos lo imposible”, es una frase del filósofo Herbert Marcuse que fue pinta política en muchas paredes de París en mayo de 1968.

En Centroamérica, como en muchas partes del mundo, las fronteras han sido históricamente lugares vivos para sus habitantes que comparten su cotidiano, colaboran, comercian, muchas familias tienen parientes en ambos lados de las fronteras, los habitantes van y vienen varias veces en un mismo día, pero esta realidad se contrapone a las relaciones entre gobiernos que no han logrado, o no han querido, hacer de las fronteras zonas de colaboración, paz y prosperidad.

Estas tensiones y conflictos vienen desde el desvanecimiento de la efímera federación centroamericana, las Repúblicas Unidas de Centroamérica. Hay y ha habido disputas por fronteras terrestres, marítimas, ríos y lagos. Hay momentos en que las fronteras parecen una bendición para algunos políticos, pues nada como las fronteras atiza el sentimiento patriótico que hace olvidar a la población problemas como hambre y desnutrición, educación deficiente y mal servicio médico, falta de oportunidades y corrupción rampante, crimen organizado e inseguridad ciudadana y una larguísima lista de etcéteras.

Mientras tanto, la naturaleza no sabe que uno de sus ríos puede atravesar dos o más países, no sabe que sus océanos y sus aires también están marcados por fronteras. Sabe que el maltrato y el abuso la afecta y reacciona para encontrar nuevos equilibrios a los que los humanos, la única especia capaz de alterar e incluso destruir su hábitat, la estamos obligando. Pero esta reacción de la naturaleza, nos dicen los científicos, es y será brusca e incluso devastadora: calentamiento global, aumento del nivel de los océanos, aires irrespirables, erosión, aridez y acidez de suelos, sequías e inundaciones, y cambios en los patrones de cultivos y escasez de alimentos, entre muchos otros.

Los científicos son categóricos cuando afirman que este panorama no es a futuro, que se trata de la situación actual y,de acuerdo con el Programa de las Naciones Unidas para el Medioambiente, más del 90% de los desastres naturales están relacionados con el agua. Así las cosas, si no se toman medidas urgentes todo empeorará. No se trata de dramatizar, es la sencilla realidad que se traduce en una vida dificilísima, por no decir imposible, para millones de personas y alto riesgo para la paz y la seguridad interna, regional y mundial.

Es un problema real y un problema universal. Durante el Seminario sobre el Derecho Humano al Agua realizado en El Vaticano el 23 y 24 de febrero de 2017, el Papa Francisco dijo: “¿Me pregunto si caminamos hacia la Gran Guerra Mundial del Agua?” Destacó que “el agua está en el comienzo de todas las cosas, es fuente de la vida y de la fecundidad”, recordó que “cada día, 1.000 niños mueren a causa de enfermedades relacionadas con el agua”, subrayó que “el agua es condición para el ejercicio de los demás derechos humanos”, recalcó que “es urgente tomar conciencia de la necesidad del agua para el bien de la humanidad” y enfatizó que “es imprescindible la acción de cada Estado como garante del acceso universal al agua segura y de calidad”.

De acuerdo con las Naciones Unidas, 2,200 millones de personas carecen de acceso a servicios de agua potable gestionados de forma segura; casi 2,000 millones de personas dependen de centros de atención de la salud sin servicios básicos de agua; más de la mitad de la población, unos 4,200 millones de personas, adolecen de servicios de saneamiento gestionados de forma segura; 297,000 niños menores de cinco años mueren cada año por enfermedades diarreicas causadas por malas condiciones sanitarias o agua no potable; 2 000 millones de personas viven en países que tienen escasez de agua; 80% de las aguas residuales regresan al ecosistema sin tratamiento y no son reutilizadas; alrededor de dos tercios de los ríos transfronterizos del mundo no tienen un marco de gestión cooperativa; 70% de la extracción mundial de agua es para la agricultura. Las Naciones Unidas y el Banco Mundial estiman que para 2030 puede haber 700 millones de personas en riesgo de desplazamiento.

Los expertos han identificado 300 lugares en el mundo en que hay o habrá conflictos por el agua. En el caso de Centroamérica, los científicos dicen que es a la vez una región privilegiada por la cantidad de agua disponible y una de las zonas más vulnerables por el cambio climático. Ya hay problemas entre comunidades nacionales que compiten por el uso del agua, por ejemplo, en El Salvador, Honduras y Guatemala, y también hay tensión entre países por cuerpos de agua transfronterizos. Y en tal estado de cosas, el cambio climático que se acelera seguramente intensificará tensiones por el agua entre comunidades nacionales y entre países, y esto puede ser una amenaza para la paz y la seguridad en la región y agravar aún más la vida y el sufrimiento de sus habitantes.

En relación con aguas transfronterizas, la región tiene 11 cuencas de agua en el Océano Pacífico, 11 en el Mar Caribe, 1 en el Golfo de México y 18 acuíferos. De una rapidísima consulta en internet salen muchos artículos y estudios que hablan de problemas en la cuenca de un río que comparten Guatemala, México y Belice; contaminación de playas del caribe hondureño por desechos vertidos a un río en Guatemala; y minería en Guatemala que contamina aguas en El Salvador, entre otros. A esto hay que agregar la tensión que provocarían embalses que disminuirían la cantidad de agua en países rio abajo.

Ahora bien, no solo se trata de resolver problemas existentes, se trata también de prevenir problemas futuros. Así las cosas, puesto que hay lagos, ríos y acuíferos compartidos, puede ser que en este momento no haya tensión por algunos de ellos, pero todo apunta a que eso puede cambiar por el deterioro del medioambiente. Ya los expertos han advertido que el uso y el manejo del agua en la región no son ni económica ni ambientalmente sostenibles. El diálogo sobre estos asuntos es importante, como también lo son los proyectos de mitigación y mejoramiento que se han emprendido, ¿pero es suficiente?

En relación con los mares, el litoral pacífico de Centroamérica es de los que más basura tienen en el continente, y la situación en el Caribe no es mejor, pues la contaminación de plásticos está amenazando los ecosistemas, y si bien cada país hace esfuerzos para controlar sus mares, siguen la pesca no declarada y no regulada que lleva a la sobre explotación de los recursos vivos, y siguen también los tráficos de todo tipo de ilícitos. Y la verdad es que todos los esfuerzos se quedan cortos por el tema de recursos y, en algunos casos, por connivencias y complicidades. Además, hay y ha habido muchas disputas, por ejemplo, entre Guatemala y Belice; El Salvador y Guatemala en el Océano Pacífico; entre El Salvador, Honduras y Nicaragua en el Golfo de Fonseca; Costa Rica y Nicaragua en el Océano Pacífico y el Mar Caribe; Nicaragua y Colombia en el Mar Caribe; Costa Rica que considera extender su plataforma continental en el Océano Pacífico al punto de llegar a parte de El Salvador, etc.

Todas estas tensiones, disputas y búsqueda de soluciones tienen un elevado costo, por ejemplo, en desembolsos para pagar asesores, árbitros y los costosísimos casos que se ventilan en la Corte Internacional de Justicia, entre otros. Y esto en una región en que los recursos son muy escasos y su población tiene necesidades apremiantes, tan difíciles que en países como Guatemala, El Salvador y Honduras su gente tiene que ir a otros países, principalmente los Estados Unidos, para sobrevivir, buscar un mejor futuro o huir de la violencia. Y no hay que olvidar que la incertidumbre ahuyenta la inversión.

Los esfuerzos de instituciones internacionales como las Naciones Unidas para desarrollar normas claras para aguas transfronterizas y mares son fundamentales. Por ejemplo, el Convenio de las Naciones Unidas de 1997 sobre la Protección y Utilización de los Cursos de Agua Transfronterizos y de los Lagos Internacionales establece, entre otros, el principio de uso razonable y equitativo de aguas transfronterizas; el principio  de  precaución,  que estipula que no se deben evitar actuaciones que busquen evitar el  posible  impacto  transfronterizo  de  la  emisión  de sustancias  peligrosas  so pretexto de que la investigación  científica  no  ha demostrado  plenamente  la  existencia  de  una  relación  causal  entre  esas sustancias y un posible impacto  transfronterizo; y el principio de que el que contamina  paga.

En relación con los mares, ahora se cuenta con la Convención de las Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar que establece reglas para la libertad de navegación, el límite del mar territorial de 12 millas náuticas y de la zona económica exclusiva de 200, normas para extender la plataforma continental hasta 350 millas náuticas con una Comisión de Límites de la Plataforma Continental para la resolución de conflictos, y una Autoridad Internacional de los Fondos Marinos.

Normar la conducta es fundamental, pero, se podría pensar en ir aún más lejos. ¿Se podría pensar en que Centroamérica, incluyendo Panamá y Belice, responda como región y se posicione de tal manera que se convierta en una verdadera zona de paz, disminuya el impacto del cambio del cambio climático, evite tensiones entre países que inevitablemente se presentarán si no se hace nada, resuelva problemas aún pendientes en un marco y en un ambiente diferentes que establezcan una nueva manera de relacionarse entre sí y finalmente mejore la calidad de vida de sus habitantes?

¿Qué tal un acuerdo regional con una autoridad regional que atienda todos los temas relacionados con el agua y resuelva disputas y evite nuevas disputas? Y ¿qué tal una visión de los mares de los países centroamericanos, en el Pacífico y en el Caribe, como mares centroamericanos, cuidados y aprovechados como un solo mar, también con una autoridad regional? ¿Y qué tal todo esto con un enfoque de derechos humanos y de defensa, conservación y recuperación del medio ambiente?

Los científicos insisten en que el tiempo se acaba para evitar problemas irreversibles que se vienen por el cambio climático. Esta podría ser la gran ocasión para que Centroamérica sea proactiva, cambie la manera de relacionarse entre sí, optimice escasos recursos, anticipe con gran sentido de colaboración regional problemas que se avecinan y convierta el problema del cambio climático en una gran oportunidad para el entendimiento en la región, mejore la vida de sus poblaciones y contribuya de manera positiva al mantenimiento de la paz y la seguridad internacionales y a la conservación del planeta.

Como somos realistas, pedimos lo imposible.

 

Ex Embajador de El Salvador en Francia y Colombia, ex Representante del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) en Argelia, Colombia, Tayikistán y Francia, y ex Representante adjunto en Turquía, Yibuti, Egipto y México.

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