Según estimaciones dadas por la Universidad Francisco Gavidia, como resultado de la pandemia hubo más de dos millones de salvadoreños viviendo en pobreza en el 2021. Esto significa que sobreviven con menos de 6 dólares todos los días y, lastimosamente, su situación puede empeorar. En estas condiciones paupérrimas, el desarrollo íntegro es algo casi imposible de alcanzar; incluso los menesteres más básicos nublan sus horizontes.
Además, por su poca formación en valores y su necesidad económica persistente, el robo, la extorsión, la prostitución y, en general, las actividades delictivas suponen la vía para salir adelante. Dicha alternativa no distingue entre niños o adultos, pues la subsistencia prevalece ante la honradez. Estas decisiones son severamente castigadas por el Estado para paliar el miedo y descontento, pero no atacan el problema de raíz.
Lamentablemente, esta es la historia de El Salvador, un país sumergido en las consecuencias de la pobreza y la ambición de otros. El mismo fenómeno trató ya el pensador salvadoreño Alberto Masferrer en su obra El minimum vital, un ensayo corto publicado en 1929. El tema central de la obra es la obligación de los gobiernos de procurar lo mínimo a sus ciudadanos para vivir de manera íntegra y, en consecuencia, poder formarse para aportar al desarrollo de la sociedad con su trabajo. El autor plantea la idea como una filosofía, como un modo de pensar para los gobernadores en donde se busca suplir lo esencial para dejar que el esfuerzo honrado de cada uno le ayude a prosperar sin llegar a una ambición desmedida. Por otra parte, este pensamiento es una respuesta a las ideas socialistas, populares durante el siglo XX, de tomar el poder a la fuerza, pues suponía aprovecharse de la necesidad de los pobres para poner a otra élite en el poder, sin resolver el problema de la miseria. Tristemente, estas ideas se quedaron solo en papel. Dos años después, en 1931, comenzó el período de las dictaduras militares, en donde se suscitaron matanzas como la de 1932 y muchos eventos de represión. La desembocadura: una guerra civil cuyas heridas aún no cicatrizan.
A pesar de que pasaron casi 100 años desde su publicación, el ensayo sigue siendo muy relevante hoy en 2022. Una gran mayoría continúa bajo el umbral de la pobreza. No alcanzan a suplir lo mínimo para desarrollarse. Todavía hay familias en las cuales todos sus miembros, sin importar su edad, tienen un trabajo informal para subsistir un día. Viven en casas improvisadas en zonas marginales; en ambientes en donde la educación no basta para salir de la pobreza con hambre, con miedo, rodeados de influencias perjudiciales y contando apenas con centros educativos y lugares de recreación con una infraestructura inadecuada de más de décadas sin arreglar. En dichas condiciones, el sofisma “el que es pobre es pobre porque quiere” pierde credibilidad; es decir, si alguna vez lo tuvo. La formación integral resulta difícil con tales carencias y casi imposible sin apoyo. Aunque algunos lo logran, otros, junto con su estirpe, seguirán pasando miseria.
No obstante, ¿qué motivo tenemos? ¿Quiénes contamos con lo necesario para vivir, o aún más, para preocuparnos por la situación de los menos afortunados? Pues la razón es el desarrollo de la sociedad. Alberto Masferrer menciona en el ensayo que, cuando se suple el mínimo vital, el individuo puede aportar mejor en su trabajo, pues es capaz física y mentalmente. Los jóvenes, por su parte, pueden dedicarse a su formación para aportar al desarrollo a futuro. De esta manera, cuando cada uno esté en sus labores, o disfrutando de su ocio, lo que tendrá presente será la concreción del mínimo vital: una persona con sus necesidades mínimas ya satisfechas, que ahora aporta a los demás con su trabajo honrado. Si analizamos este argumento, hace mucho sentido. En las naciones más desarrolladas, en donde las necesidades básicas son suplidas por el Estado, o niveladas por su ayuda, el nivel de avance y progreso es evidentemente superior al nuestro.
Lastimosamente, ya ha pasado casi un siglo y dichos problemas siguen igual de latentes. Ello demuestra cuánto hemos avanzado en cuanto a la calidad de vida de la población. Ciertamente, se ha reducido el porcentaje de pobreza y, tras los acuerdos de paz, vivimos en un país menos injusto, pero dos millones de salvadoreños no son una minoría. Aunque la obra del escritor Alberto Masferrer esté ya inexacta en ciertos puntos, no está desfasada. Nos devela lo que la ambición y la desigualdad histórica nos han dado y la solución a la que está obligado el Estado: procurar que todos posean lo mínimo para vivir. Los títulos en los medios de comunicación locales e internacionales como “la primera nación en adoptar el bitcoin como moneda local”, o “la construcción de una ciudad para inversionistas del bitcoin”, o la cantidad de obras que se prometen realizar, como un estadio, no resuelven el problema latente que nos mantiene frente a los ojos del mundo como una nación tercermundista: la pobreza.
Estudiante de Ingeniería de Negocios
Club de Opinión Política Estudiantil (COPE)