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Bajo el cielo de San Salvador: el Krakatoa y los informes meteorológicos de Montessus de Ballore

En 1884, el conde y artillero francés Fernand Montessus de Ballore residía en la capital salvadoreña. Asesor militar del gobierno del Dr. Rafael Zaldívar, realizó observaciones del cielo sansalvadoreño, que quizá estaba afectado por la erupción de un volcán lejano.

Por Patricia Guerrero Medrano y Carlos Cañas Dinarte (*) | Dic 02, 2023- 07:53

El joven Montessus de Ballore en sus años de residencia en El Salvador. Archivo personal CCD

Fernand Jean-Baptiste Marie Bernard Montessus de Ballore (1851-1923) fue un ingeniero militar egresado de la École Polytechnique de París. Fue enviado en 1879 a cargo de una misión militar de carácter secreto, para ofrecer cooperación y modernización a las áreas de artillería y cartografía del ejército de la República de El Salvador.

Contratado por el presidente Dr. Rafael Zaldívar gracias a su misión diplomática en París, Montessus de Ballore permaneció en suelo salvadoreño hasta 1885, cuando se produjeron la muerte en batalla (Chalchuapa, 2 de abril) de su compañero de armas, el artillero bretón Albert Touflet -creador, en 1883, de los planos del futuro Hospital Rosales, edificado entre 1891 y 1902- y la caída del régimen dictatorial zaldivarista por la revolución encabezada por el general ahuachapaneco Francisco Menéndez.  

Fue en esta tierra centroamericana donde comenzó su afición por el estudio y registro histórico de los terremotos, que lo llevaría a las puertas de la actual teoría de placas. Además, fue creador y director del primer observatorio de ciencias de la Tierra de todo el istmo centroamericano -establecido en San Salvador, en 1883-, al igual que redactor responsable de los cuadros meteorológicos de la ciudad capital, los cuales eran impresos en los principales periódicos de la época, especialmente en La república, que nada más era un apéndice del Diario oficial.

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Como resultado de esos cuadros meteorológicos, llamó su atención el clima reinante en la ciudad de San Salvador, por lo que entre mayo de 1881 y enero de 1885 realizó diversas observaciones barométricas y termométricas, gracias a las cuales llegó a la conclusión de que, en la capital salvadoreña, la temperatura promedio anual era de 23,3 grados Celsius, mientras que en el litoral salvadoreño ascendía a 28,2 grados. En una nota remitida al físico francés Marie Alfred Cornu (1841-1902), fechada el 9 de noviembre de 1884 y publicada posteriormente por la Academia de Ciencias de París bajo el título Sobre los resplandores crepusculares observados en San Salvador, Montessus de Ballore describió con detalle sus observaciones puntuales acerca del cielo salvadoreño.

Montessus de Ballore
En 1888, Montessus de Ballore amplió sus observaciones meteorológicas hechas desde San Salvador y las vinculó con la erupción del Krakatoa. Fotografías cortesía de la Biblioteca Nacional de Francia, París.

El intercambio epistolar con Cornu surgió del interés de este último por la óptica, los fenómenos meteorológicos y la espectroscopía. En 1870, gracias a un nuevo arreglo experimental, Cornu logró recalcular la velocidad de la luz y obtuvo un valor muy cercano al que conocemos en la actualidad. Siete años después, el científico salvadoreño Dr. Ireneo Chacón Peña (1825-1883) haría también sus propios cálculos de la velocidad lumínica y los publicaría.  En su carta, Montessus de Ballore le mostraba a Cornu su preocupación por la falta de interés de la prensa científica de la época hacia el fenómeno que presentaban los amaneceres y atardeceres en Centroamérica, desde los últimos días de noviembre de 1883. Dicho fenómeno se manifestaba aproximadamente media hora después del atardecer y una hora antes del amanecer, donde “el horizonte se ilumina poco a poco con un magnífico matiz rojo cobrizo, coloración muy constante, muy intensa y duradera. En un promedio de veinte a veinticinco minutos”.  

El fenómeno que Montessus de Ballore observó en la capital salvadoreña sólo ocurría si el cielo estaba absolutamente desprovisto de nubes. Tan pronto como aparecían algunos estratos en el horizonte no se producía. Al menos, no en horas nocturnas. Por la mañana, su producción era compatible con la existencia de algunas bandas y cirros altos. La iluminación se extendía de forma horizontal hacia la derecha y a la izquierda del plano vertical del Sol y casi llegaba al cenit. Por lo tanto, casi la mitad de la media esfera quedaba invadida por ese esplendor. Cuando la altura de la Luna sobre el horizonte no excedía los 15 grados, se coloreaba de un magnífico verde esmeralda y resultaba hermoso verla en su luz cenicienta, cuando todo su disco salía de color verde pálido y su delgada media luna inferior aparecía en verde oscuro, todo en medio de una inmensa cortina carmesí. Sólo Venus tenía suficiente fuerza para atravesar aquel meteoro. En cuanto a las demás estrellas, incluso las de primera magnitud quedaban completamente borradas, al igual que el pequeño cometa que atravesaba las tinieblas cósmicas en aquellos momentos. ¿Se trataba del cometa Barnard o del Pons-Brooks? A juicio del artillero francés, “El fenómeno alcanza su máxima intensidad muy rápidamente, de tres a cuatro minutos, y desaparece con la misma rapidez, después de haber durado unos veinticinco minutos.

Montessus de Ballore
El físico francés Marie Alfred Cornu (1841-1902). Imagen cortesía de la Biblioteca Nacional de Francia, París

La primera aparición tuvo lugar a finales de noviembre. Desafortunadamente, yo no anoté las fechas correspondientes. Es cuestión de dos o tres apariciones no anotadas. Aquí está la lista completa de los siguientes: 30 de noviembre, 2 de diciembre; 3, 4, 7, 17, I8, 21, 22, 23, 25, 26, 27, 28, 29, 30, 31 de enero; 4, 6 y 7 de febrero. Ayer, el cielo cubierto nos dejó entrever unos minutos. Escribimos desde Panamá que el espectáculo fue espléndido el 9 de enero. Algunos ancianos del campo dicen que ya han visto estas luces, pero no pueden especificar la hora. La aguja magnética permanece silenciosa”. “En cuanto a los instrumentos del observatorio meteorológico no indican nada, absolutamente nada anormal. El centro del resplandor está exactamente en el plano vertical del Sol, tanto como se puede juzgar en un fenómeno de tal intensidad y de tan gran extensión. La luz zodiacal está, como usted piensa, totalmente aniquilada. Si hay algo que observar sobre este tema, téngame a su disposición y haré todo lo posible. En unos meses le enviaré los resultados de mis observaciones en cuanto a terremotos. Creo que son relativamente importantes.” El 27 de agosto de 1883, en su registro histórico de terremotos y erupciones en la región centroamericana, Montessus de Ballore anotó una serie de retumbos bajo el suelo de San Salvador, además de que lanzó una hipótesis acerca del origen de aquellos atardeceres rojizos que le reportara a Cornu.

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En la página 187 de su libro Temblores y erupciones volcánicas en Centro-América (San Salvador, Imprenta Nacional del Dr. Francesco Sagrini, 1884, 250 pp.), Montessus de Ballore consignó que: “Esta fecha llama mucho la atención por ser la de la famosa y terrible erupción del volcán de Krakatoa en Java, que cambió la configuración del estrecho de la Sonda, y cuyas cenizas impalpables esparcidas en las regiones superiores de la atmósfera han sido la causa probable de las luces rojizas extraordinarias que se mostraron en todo el mundo a la salida y a la puesta del sol desde dicha época hasta marzo de 1884.” Sin embargo, hay que señalar que la erupción ocurrió el 26 y no el 27.  

Ocho años después, en la edición ampliada de su libro, publicada como Tremblements de terre et éruptions volcaniques au Centre-Amérique: depuis la conquête espagnole jusqu’à nos jours (Dijon, impr. de E. Jobard, 1888, 324 pp.), Montesus de Ballore dedicó casi cuatro páginas (254-257) a defender sus ideas acerca de que los atardeceres y retumbos sísmicos que observó y reportó desde San Salvador estaban vinculados con la devastadora erupción del Krakatoa, considerada una de las erupciones más terroríficas de la historia. Para las actuales generaciones de expertos en Ciencias de la Tierra, es innegable que la erupción del Krakatoa oscureció el cielo de la Tierra y provocó espectaculares puestas de sol durante muchos meses. Incluso, muchos de ellos fueron registrados por artistas de diversos países. Uno de ellos fue el artista británico William Ascroft (1832-1914), quien trazó miles de bocetos de aquellos atardeceres rojos para la Royal Academy of Arts. En diversos países, más de alguna persona reportó aquellos intensos atardeceres como potenciales incendios en el horizonte. En 2004, se llegó a sostener que el cielo rojo que aparece en El grito, la famosa pintura de Edvard Munch (1863-1944) realizada en 1893, constituye una representación vívida del aspecto que presentaba el cielo noruego meses y años después de aquella erupción.

En 2006, con ocasión del centenario de los terribles terremotos de San Francisco, Valparaíso y Ecuador, se le dio visibilidad a las decenas de trabajos bibliográficos y hemerográficos de Montessus de Ballore como pionero de la sismología moderna. En su honor, fue fundado el Laboratorio Asociado Internacional Montessus de Ballore, realizado entre la Universidad de Chile y el Instituto Nacional de Ciencias del Universo (CNRS). En 2007, una exposición virtual organizada en París por la Biblioteca Nacional de Francia, titulada Les trésors photographiques de la Société Géographique de France (Los tesoros fotográficos de la Sociedad Geográfica Francesa), impulsó el acceso global al famoso catálogo de terremotos desarrollado durante décadas por Montessus de Ballore e iniciado durante sus años en territorio salvadoreño, donde, en la actualidad, ni una calle, plaza, monumento, biblioteca o edificio recuerda su estancia.  

El destino biográfico de Montessus de Ballore resulta sorprendente. Oficial artillero y politécnico, sismólogo y meteorólogo en su tiempo libre y de forma intermitente, jefe de una misión militar en El Salvador y escritor de múltiples obras y artículos de sismología. Después de su paso por Centroamérica, se desempeñó como primer jefe del servicio sismológico de Chile (1907-1923), donde estableció una amplia red de contactos e información sísmica hasta el momento de su muerte, en enero de 1923. Su anterior estancia en El Salvador también le permitió perfeccionar su castellano, lo cual le permitió incorporarse de forma mucho más rápida en el sistema universitario chileno y su comunidad de investigación científica.

Proveniente de una familia de extensa veta intelectual, su hermano menor, Robert de Montessus de Ballore (1870-1937), también ha sido redescubierto de manera paulatina. Matemático, a él se le debe un importante trabajo, hecho a principios del siglo XX, en el campo de las fracciones continuas algebraicas. Entre 1917 y 1937, fue miembro del consejo editorial del Journal of Pure and Applied Mathematics.

(*) Investigadores asociados del Instituto de Ciencia, Tecnología e Innovación (ICTI) de la Universidad Francisco Gavidia (UFG), San Salvador.

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