Hace algunos años en un colegio de monjas en el centro de San Salvador, un carrito llegaba a dejar por las tardes varias cajitas de donas para un grupo de niñas estudiantes de escasos recursos económicos. Las donas, un poquito duras pero comestibles, no se desperdiciaban y eran para una noble acción en dicho colegio.
Cuentan que el bondadoso padre Vito Guarato iba de puesto en puesto en La Tiendona los fines de semana recogiendo fruta y verdura en buen estado, que los vendedores le daban para su gran obra del Hogar del Niño Minusválido Abandonado en Los Planes de Renderos. Muchos niños se alimentaban por el amor del padre Vito y la solidaridad de esos vendedores de La Tiendona.
Desperdiciar alimentos es un acto egoísta de nuestra sociedad, porque no pensamos que existen muchas personas que no logran hacer un tiempo de comida en nuestro país, con una economía aún recuperándose de la pandemia, ante el golpe de la inflación y el encarecimiento de la canasta básica. No sabemos cuánta comida se desperdicia en los hogares, oficinas, restaurantes, etc. Pero en el Foro Metropolitano de Gestión Sustentable de los residuos sólidos del COAMSS-OPAMSS que se celebró la semana pasada en un hotel capitalino, especialistas en el tema de los desechos nos brindaron importante información y datos sobre lo que se desecha en nuestra ciudad capital y algunos municipios del Gran San Salvador, centros de abasto, etc. El residuo orgánico es lo que más se produce en desechos, en segundo lugar: el plástico.
El desecho orgánico incluye a la comida desperdiciada en el hogar, en los restaurantes, nos damos el lujo de los países del Primer Mundo, de desechar el alimento sin remordimiento de que existen personas deseando tomar al menos un tiempo de comida.
Pensemos primero en nuestro entorno, pensemos en las personas que no pueden suplir sus necesidades básicas; las encontramos a la vuelta de la esquina. Destinemos un área en la refrigeradora para esos alimentos destinados a la solidaridad social. Quizás no conocemos acciones de algunas empresas, pero si no hacen una labor social con el alimento desperdiciado, es momento de adoptar: guarderías, escuelas, personas que viven en la calle, comedores de ancianos como el Mamá Margarita en Don Rúa, donde siempre se le brinda alimento a personas de escasos recursos económicos.
El efecto ambiental del desperdicio compulsivo de lo orgánico es alarmante. Indirectamente las empresas se ven vinculadas a generar huella de carbono. Lo orgánico va al botadero, relleno sanitario y emite metano a la atmósfera que es más dañino que el CO2. Si aprovechamos a gestionar los desechos orgánicos como lo dijeron en el foro del COAMSS-OPAMSS, enfocándonos en la composta, en plantas de compostaje que suministren eco fertilizante de excelente calidad que pueda suplir a la jardinería local y la agroindustria, estaremos manejando eficientemente el problema del desecho orgánico. Pero se necesita inversión pública y privada. Desperdiciar es ir para atrás en desarrollo social.
Publicista y ambientalista/Chmendia