Desde que el ser humano existe las emociones han estado presentes en su conducta (Abbagnano, 1961); las investigaciones desde la psicología en torno al tema de las emociones se han encargado de confirmar que los sentimientos negativos se acompañan de algún tipo y nivel de daño, y que las emociones positivas siempre vienen asociadas con algún tipo y nivel de beneficio.
El odio, como antónimo del amor, ha sido tema de análisis en la historia de las ideas: Aristóteles (lo describe en su Retórica vinculado a la ira), David Hume (lo retoma en su Disertación sobre las pasiones y otros ensayos morales), Freud (lo esquematiza bajo la conocida formula del odio – amor y la relación con el objeto), hasta llegar, entre muchos otros, a Ortega y Gasset, quien amparado en la consigna freudiana postula en sus estudios sobre el amor una aproximación bastante cercana a la planteada por la teoría psiquiátrica contemporánea: Odiar a alguien es sentir irritación por su simple existencia, solo satisfaría su radical desaparición (Medina et Al,)
El odio surge a partir de la presencia de un obstáculo o de una amenaza que impide conseguir un recurso o satisfactor que se considera un requisito para cubrir una necesidad, una carencia o para evitar alguno de los otros tipos y niveles de miedo que siempre llegan asociados con estas, lo cual interfiere en nuestra posibilidad de sobrevivir en equilibrio, o de adaptarnos con éxito a las condiciones de vida biológicas y psicosocioculturales en las que nos encontramos inmersos. Así, el odio suele ser desencadenado por una injusticia o una herida narcisista, por una situación traumática o inexplicable.
Según Luis Rafael Moscote-Salazar, desde el punto de vista de la neurociencia, el odio es una clase de miedo que tiene su origen en la amígdala cerebral, una zona profunda del cerebro activamente implicada en las emociones. Uno de los mecanismos cerebrales que se han descubierto es la capacidad de categorizar o clasificar de forma rápida a las personas o cosas en otras palabras etiquetamos a alguien como bueno o malo, efectivo o inefectivo y de muchas formas sin realmente llegar a darle la oportunidad de conocerlo.
Las investigaciones de la neurocientífica del MIT Rebecca Saxe señalan que el odio es la conjugación de una intensa aversión, desprecio y repugnancia hacia una persona o grupo de personas. La amenaza existencial entonces se vería paliada con la destrucción del o los semejantes. El odio y el amor son sentimientos distintos, pero hay dos estructuras conocidas en el cerebro llamadas: putámen y la ínsula que comparten circuitos neuronales y están anatómicamente cercanas (Zeki y Romaya, 2008).
Los estudios de resonancia magnética funcional (fRM) sobre el odio encontraron un aumento de la actividad en la circunvolución frontal medial, en el putamen derecho, la corteza premotora, el lóbulo frontal y la ínsula medial. Asimismo, se hallaron también tres áreas en las que la activación se correlacionó linealmente con el nivel de odio en el cerebro: la ínsula derecha, la corteza premotora derecha y la circunvolución frontomedial derecha. También se detectó un área de desactivación en la circunvolución frontal superior derecha.
El odio ocasiona cambios neuroquímicos y nuestro cerebro eventualmente es dominado por conductas de defensa y ataque. La persona que odia con intensidad hace una inversión de tiempo muy importante pensando en la persona odiada.
Aunque el odio recibe influencia de otras emociones, como la ira, la aversión y el desprecio, no debe igualarse con estas. En un estudio se descubrió que el odio es más excitante que estas tres emociones, y que está más cercano a la repugnancia y el desprecio que a la ira y la aversión.
Lo cierto es que nadie nace con esa emoción o sentimiento de odio latente de modo activo, sino que se aprende y se puede desarrollar de modo exacerbado cuando se alimenta; existe una “pedagogía del odio” basada en narrativas y discursos que fomentan el odio, insultos, mofas y burlas e imitación; en el fondo, como diría Hermann Hesse: “Cuando odiamos a alguien, odiamos en su imagen algo que está dentro de nosotros…”
A nivel interpersonal, el odio cumple diferentes funciones como autorreparación, venganza, comunicar estados emocionales o re afirmar la autonomía. A nivel intergrupal, el odio se ha considerado como un medio funcional para comportamientos políticos, como la afiliación y la cohesión dentro del grupo.
Parafraseando a Fernando Buen Abad, podemos concluir que el odio con determinación cancela razones, rompe los nexos humanos solidarios y fija códigos sectarios. En algunos casos se convierte en “placer” inconfeso. Así se desliza en la vida cotidiana y “embriaga” o cuanta forma expresiva le está cerca, objetiva y subjetivamente. El odio cancela la igualdad, la libertad, la tolerancia, el respeto a la dignidad y a la autonomía del otro.
El odio se ha vuelto parte del paisaje y transita a sus anchas en las redes sociales; donde menos lo imaginas habita, todo o en partes, el odio de clase convertido en moral de época. Incluso encontramos “Odiadores Profesionales” (Haters), unos pocos con identidad confesa y pagados, la mayoría del anonimato, pero todos dedicados a la propaganda y a atacar a disidentes que se salgan del guion ideológico.
En la historia de la humanidad la expansión coyuntural del autoritarismo, del militarismo, del racismo, de los nacionalismos de base étnica y de los diversos fanatismos religiosos han tenido como herramienta metodológica los “discursos de odio”, los cuales proporcionan una ilusión de la unanimidad.
La retórica del odio implica identificar, tipificar y señalar quiénes son los enemigos; repetirlo muchas veces, y presentarlos como una amenaza crucial a nuestra integridad; todo es un trabajo emocional fundamentalista que opaca la razón a través del miedo y fortalece la identidad, el yo y los otros, los enemigos. En la antípoda de Agustín de Hipona, el eslogan es: Odia y has lo que quieras...
Disclaimer: Somos responsables de lo que escribimos, no de lo que el lector puede interpretar. A través de este material no apoyamos pandillas, criminales, políticos, grupos terroristas, yihadistas, partidos políticos, sectas ni equipos de fútbol… Las ideas vertidas en este material son de carácter académico o periodístico y no forman parte de un movimiento opositor.
Investigador Educativo/opicardo@asu.edu