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Lo que nos define son las historias

Los seres humanos somos responsables de las historias que forjamos y de la forma en que las difundimos, haciéndolas creer a los demás Homo sapiens. Con ello, somos responsables de las repercusiones de dichas historias, lo cual cobra más trascendencia cuando las historias que creamos son de odio, intolerancia o resentimiento.

Por Edward Wollants |

Para quienes me honraron leyendo en su momento los artículos titulados: “¿Por qué los humanos somos crueles?” y “El aniversario setenta mil de la revolución”, habrán notado que soy un lector y estudioso de las obras de Yuval Noah Harari. Pues bien, le he escuchado dando una conferencia en España denominada “La historia de los imparables”.

Como es de esperarse, al menos para quienes leemos a este gran historiador israelí, su disertación versó sobre el ser humano, la especie, el Homo sapiens y cómo llegamos a posicionarnos donde hoy nos encontramos. No en la cima del mundo, mejor digamos (y es mi personal interpretación) que en la cima de la cadena alimenticia. Somos, en gran medida, "el gran depredador".

Pero volviendo a Harari, él expresa con claridad que no somos seres biológicamente excepcionales; no volamos, no respiramos bajo el agua, no corremos a grandes velocidades, no tenemos visión nocturna, ni una gran fuerza o gran tamaño. Sin embargo, a pesar de estas limitaciones aparentes, somos los que construimos ciudades, enviamos naves al espacio y exploramos las profundidades del océano.

En el "uno a uno," no podríamos ganar (según palabras de Harari) una pelea de boxeo contra un chimpancé. No obstante, el chimpancé no puede construir ciudades ni enviar naves a la luna ni submarinos a las fosas marianas. Nuestra capacidad para cooperar es lo que marca la diferencia.

Por supuesto que un grupo de chimpancés puede cooperar para defenderse de un enemigo común; lo mismo que pueden hacer (y hay evidencia de ello) una manada de lobos esteparios; o lo que se está viendo últimamente: orcas que aparentemente se ponen de acuerdo para atacar los motores fuera de borda de pequeñas embarcaciones en el Estrecho de Gibraltar, según reportes desde 2020.

Sin embargo, esta cooperación se da entre pequeños grupos que, como característica tienen la "familiaridad", es decir, se conocen entre ellos, hay confianza. Pero esa cooperación no trascenderá a 500 chimpancés, ni a manadas de cientos de lobos, ni a miles de orcas. La mayoría de ellos desconocidos entre sí.  Y ni en sueños van a construir ciudades ni naves que los transporten. Al menos, no en las próximas decenas de miles de años.

Ahora bien, ¿en qué se fundamenta la cooperación que utilizamos los humanos? Se basa en la capacidad de nuestros cerebros para crear "historias". Estas nos permiten compartir los conocimientos básicos sobre actividades cotidianas, como puede ser el jugar al fútbol, hasta las historias que sustentan actividades más complejas, como la política, la religión o la economía.

Empecemos explicando, como lo propone Harari, el ejemplo del fútbol: basta con reunir a un grupo de jóvenes que sepan que existe este deporte, es decir, que hayan escuchado la "historia" de que se le pega a un balón esférico con los pies para pasarlo a otro individuo; que hay un grupo que forma parte de un mismo equipo y juega contra otro grupo de individuos, cada uno tratando de llevar el balón a un espacio inventado, que se le ha denominado "meta o portería", por el cual deberán hacer pasar el balón. Cuantas más veces se haga pasar por ese espacio inventado, se ganará un partido... simplemente otro invento, porque eso ni se come, ni se bebe, ni sirve para vestirse. Ese "triunfo" solo existe en el cerebro de quienes conocen, creen y aceptan la "historia".

Pero hay otras historias más antiguas, más globales, más complicadas: La existencia del dinero, por ejemplo. Hace miles de años se utilizaba el intercambio, el trueque, pero luego alguien decidió que era preferible (no necesariamente mejor) utilizar un "artefacto" al que se le diera un valor imaginario y que sirviera para cambiarlo por objetos que se podían comer, beber, vestir, etc. Y la historia que se contó alrededor del dinero fue tan efectiva que logró que la casi totalidad de la población del planeta le diera valor al dinero. Aunque ese valor no es real, es una historia contada, que nos define. Porque le ponemos a un cerdo un paquete de billetes o una fruta y, se decantará por la fruta; sin importar la cantidad de dinero. Y si no le ponemos comida, se comerá los billetes, pero no los utilizará para ir a comprar comida.

Aunque también, si llevamos billetes a un grupo de indígenas en la selva del Amazonas, donde son grupos protegidos que no tienen contacto con la civilización (como la conocemos); que no saben de la "historia", por lo cual tampoco la aceptan, no utilizarán los billetes como lo haría cualquier persona promedio.

Los seres humanos somos responsables de las historias que forjamos y de la forma en que las difundimos, haciéndolas creer a los demás Homo sapiens. Con ello, somos responsables de las repercusiones de dichas historias, lo cual cobra más trascendencia cuando las historias que creamos son de odio, intolerancia o resentimiento.

Los seres humanos hemos sido expertos en crear historias de odio para identificar a las personas con ellas y, de este modo, generar conductas previamente concebidas. Manipulamos a los demás haciéndoles creer las historias que hemos fabricado. Tal es el caso de las historias creadas por los comunistas rusos para obtener el poder y vivir la vida de los zares; los nazis, que promovieron una historia de odio, para matar a los judíos y justificar el robo de sus pertenencias; las historias forjadas por todos aquellos castristas, chavistas y más, que señalan los males cometidos por sus predecesores, para entretener a sus seguidores, mientras ellos están haciendo precisamente lo mismo que han denunciado.

Hasta este punto, parece que solo se trata de las típicas historias de los estafadores, que a base de contar relatos falsos, logran un beneficio personal a costa de la credulidad, aceptación y participación de quienes son convencidos con las historias y permiten que estas los definan. Pero el problema va más allá, porque cuando las historias que nos definen son negativas, de odio, de venganza o de división, los humanos que se ven definidos por dichas historias terminan sacando lo peor de sí mismos.

No permitamos que nos definan “historias” de ese tipo, ni siquiera...en el fútbol. Hay que ser de los inteligentes que se suman, no de los otros, que se multiplican.

Médico Nutriólogo y Abogado de la República.

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