Daniel Bell en 1960 publicó el libro “El fin de las ideologías”, desde una perspectiva sociológica explicó que la industrialización había convertido a las naciones en una sociedad de masas. Bell explica que el desarrollo de la industria y el capitalismo financiero fueron los pilares para la concentración del poder. En algunas sociedades las relaciones entre capitalismo y democracia se caracterizan porque los empresarios están representados en los partidos políticos y éstos fungen como mediadores en la disputa de intereses político-económicos, lo que genera que haya un equilibrio en el ámbito político y una competencia constante entre las élites de los partidos políticos.
Para Bell las sociedades democráticas transitaban hacia un proceso de desencantamiento de las grandes ideologías del siglo XIX (liberalismo y comunismo); este proceso se debió principalmente a las crisis económicas y las dos guerras mundiales.
Francis Fukuyama publicó en 1989 el ensayo “¿El fin de la historia?” en la revista de asuntos internacionales The National Interest, celebrando el triunfo de las democracias liberales como efecto de la caída del Muro de Berlín; más tarde en 1992 publicó “El fin de la historia y el último hombre” (The End of History and the Last Man) en dónde exponía una polémica tesis: la historia, como lucha de ideologías, ha terminado, con un mundo final basado en una democracia liberal que se ha impuesto tras el fin de la Guerra Fría.
Pero las ideologías, como conjunto de ideas que encubrían ciertos intereses en dos bandos: Más cerca del Estado -socialistas- o más cerca del Mercado -neoliberales- se mantuvieron; la Guerra fría evolucionó a través de otros mecanismos geopolíticos.
Hoy, en un escenario complejo de transformación digital, se ha dejado de un lado el tratamiento clásico de las etiquetas “Derechas”, “Izquierda” y “Centros”, pasando a otros modelos de corte moral más sofisticados: “Progresistas” y “Conservadores; inclusive aparecen en el escenario político otras manifestaciones de carácter pragmático y diversificado que representan intereses minoritarios: Medioambiente, colectivos LGBTI+Q, animalistas, grupos étnicos, etcétera.
Los clásicos sistemas filosóficos de ideas han desaparecido y han sido sustituidos por “intereses”, “narcisismo” y “autoritarismos”. Las claves para entender la nueva política son la economía, la corrupción, los intereses y el poder.
Las grandes corporaciones y grupos financieros de los países siguen cerca del poder pero han mutado para mantener activa su maquinaria acumulativa. Mientras que los sindicatos, grupos anárquicos y otros sectores rebeldes pasan por un mal momento sin referentes y se han debilitado a modo de minorías poco relevantes. Vivimos una sociedad “fractal” o menos cohesionada; como diría Zygmunt Bauman una sociedad “líquida”.
¿Alguien puede afirmar que la Republica Popular de China es comunista…?, ¿cómo entender que el mayor socio comercial de Estados Unidos es la República Popular de China?, ¿alguien puede defender el socialismo empobrecedor de Nicaragua o Venezuela como un modelo de bienestar?, ¿cuál es la ideología de los nuevos partidos emergentes?, son preguntas muy difíciles de responder.
En los países más decentes -que son pocos-, la política se ha reducido a presentar indicadores macroeconómicos saludables: Crecimiento económico, balanza comercial, empleos, manejo de la inflación, etcétera. Aquí, la democracia funciona porque los ciudadanos son educados y las brechas socio-económicas son mínimas.
¿Qué generó todo este cambio y cuándo sucedió…?; dos momentos: Primero, comenzó en 1995 con el auge de internet; efectivamente las nuevas tecnologías de la información y las comunicaciones y ahora las redes sociales “hiper democratizaron” la política, la fragmentaron y la digitalizaron. Segundo, la evolución científica -neurociencias, biología molecular, inteligencia artificial, etcétera- agudizaron la fragmentación diseñando múltiples soluciones que fortalecieron el individualismo y amplificando el consumismo.
Los sistemas de ideas pasaron a ser “primaveras digitales”, “comunicación emocional” y “aislamiento consumista”; parece que hay paz, progreso y bienestar cuando la gente puede comprar un teléfono de última generación y proyectar su vida en redes sociales.
Los aportes de la teoría social, del estudio de la opinión pública y del conocimiento de los nuevos actores e instituciones sociales, no son tan relevantes para comprender las transformaciones de lo político. De hecho Ciencias Políticas, Filosofía, Sociología, Historia o Antropología han sido materias erradicadas de los programas universitarios.
En el horizonte también se vislumbran movimientos “protectores” de corte fascistas y nacionalistas; quizá por esta razón el último libro de Fukuyama se titula: “El liberalismo y sus desencantos. Cómo defender y salvaguardar nuestras democracias liberales” (2022). Hay desencanto pero también miedo a los flujos migratorios ocasionado por el propio sistema colonialista.
La esperanza, la utopía y la transformación de las condiciones laborales que ofrecía el marxismo, o el rebalse económico del mercado de los modelos neoliberales, llegaron para pocos, para muy pocos; las grandes mayorías frustradas fueron y son testigos que la ´principal herramienta para salir de la pobreza es la corrupción; el problema es que las finanzas públicas no alcanzan para todos, sino para unos pocos.
Parafraseando a Alberto González Pascual: Cuando la clase política omite la valoración del diálogo, la alta cultura y la sustituye por la propaganda y por formas superficiales de explicar la realidad y prometiendo soluciones infantiles, está cayendo en un optimismo ciego para impedirse reconocer su propia complicidad con la perpetuación de la pobreza, incluida la suya. Esto no es política ni ideología, es ideologización del fraude y del antojo…
Pero aún hay reductos de izquierdas y derechas; el fin de las ideologías aún no ha llegado y probablemente resurjan desde nuevas cosmovisiones éticas, de gente con principios, que no se dobleguen fácilmente por las trampas del dinero y de las tecnologías. A pesar de todas las crisis la gente necesita creer en alguien, necesita referentes y líderes que señalen el camino. Como diría Warren Bennis se necesitan políticos honestos que transformen la visión en realidad…
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Investigador Educativo/opicardo@asu.edu