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Jorge A. Cornejo: docente, poeta y crítico de arte.

Hace unos días, se cumplió el primer centenario natal de este intelectual salvadoreño. Aunque en la actualidad su vida y obra casi han caído en el olvido, es importante recordar sus aportes a la cultura nacional.

Por Carlos Cañas Dinarte | May 06, 2023- 06:00

Decenas de cuadros artísticos adornaban las paredes de la casa familiar del maestro Jorge A. Cornejo, en la capital salvadoreña. Fotografía de abril de 2004, Archivo EDH.

Jorge Alberto Cornejo nació en el barrio de La Merced, en la ciudad de Usulután, a las 24 horas del 30 de abril de 1923. Su madre fue Laura Cornejo. Recibió las aguas bautismales por el ritual católico en el templo de Santa Catarina de Alejandría, en su ciudad natal, el 18 de marzo de 1924.

Sus primeros trabajos literarios fueron publicados en las páginas de La Tribuna, medio impreso que funcionaba desde 1928 en su natal Usulután.

Tras la caída del régimen martinista y haber ejercido la docencia en centros educativos públicos de su departamento natal, Cornejo contrajo nupcias en Berlín (Usulután), el 6 de septiembre de 1948, con la educadora nicaragüense María Timotea Midence Montiel (León, 23/8/1923), hija de Arturo Midence Ruiz (12/12/1894-25/5/1925) y de Cándida Montiel (León, 1/12/1900-Managua, 20/12/1968).

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Trasladado con su esposa a la capital salvadoreña, sus inquietudes poéticas lo llevaron a formar parte del Cenáculo de Iniciación Literaria (1949), la Asociación de Artistas y Escritores Jóvenes de El Salvador y el Grupo Octubre, integrado en abril de 1952 por Ítalo López Vallecillos, Orlando Fresedo, Waldo Chávez Velasco, Irma Lanzas Watson, Eugenio Martínez Orantes, Álvaro Menéndez Leal, Danilo Velado y los pintores Camilo Minero y Luis Ángel Salinas. Medio lustro después, con varios de esos jóvenes intelectuales integraron el Círculo Literario Universitario y la autodenominada Generación Comprometida. Por razón de su edad, Cornejo fue uno de los mayores de esas agrupaciones, compuestas por jóvenes intelectuales como Roque Dalton, Roberto Armijo, Mercedes Durand, Mauricio de la Selva, Armando López Muñoz, Rafael Góchez Sosa, Tirso Canales, Ricardo Bogrand, José Roberto Cea, Hildebrando Juárez, Alfonso Quijada Urías, José Enrique Silva, Jorge Arias Gómez, René Arteaga, José Napoleón Rodríguez Ruiz y otras personas más.

El maestro Cornejo, caricaturizado por Nando Pacheco para el diario capitalino Tribuna Libre. Imagen cortesía de la Biblioteca Especializada del Museo Nacional de Antropología “Dr. David J. Guzmán”, San Salvador.

Gracias a esos vínculos, textos literarios suyos fueron publicados por el diario capitalino Tribuna Libre y por Juan Felipe Toruño en el suplemento Sábados culturales, que aparecía en Diario Latino. Así nació su alias Jorge A. Cornejo, donde su segundo nombre quedó reducido a su letra inicial acompañada de un punto.

Junto con algunos de esos escritores, José Roberto Cea lo antologó en Poetas jóvenes de El Salvador (San Salvador, Tigre del Sol, 1960, 124 págs.). Como bien lo ha señalado el académico y escritor salvadoreño Vladimir Amaya en Torre de Babel. Antología joven salvadoreña de antaño, tomo 8, Los proscritos rosa, la obra poética de Cornejo siempre fue “directa, bajo las claves de una estética conversacional, muy cercana al estilo y afín a la poesía dirigida a despertar conciencias en las sociedades”. Muestra de ello es el siguiente poema:

AY ESTOS POETAS LUMINOSOS

Todavía existen poetas
que escriben poesía luminosa
terriblemente incontaminada
de hambre, de miseria, de tuberculosis.
Todavía existen los poetas
que tienen su propio código perfumado,
muy bien protegido en probetas metafísicas.
Estos poetas son etéreos,
pues se bañan en esencia de lavanda todas las mañanas
y siempre van en escafandra de astronautas
porque le temen al dolor humano
que vuelve malolientes suburbios y avenidas.
Estos poetas
son los dueños de un lenguaje misterioso,
de un lenguaje esotérico-poético,
único para escribir poesía.
Estos arcángeles poetas
dicen que el habla cotidiana

solamente satisface las necesidades cotidianas,
llamando pan al pan y hambre al hambre que nunca tiene pan.
Estos poetas llaman inefable a la poesía
y sostienen que es algo inaccesible,
profundamente inexplicable.
Ay, estos poetas luminosos
para ser poetas y cantar por milagro
no les hace falta gravedad telúrica en el alma.

Cornejo (sentado, segundo de izq. a der.) junto a Roque Dalton (vaso delante de la boca), Pedro Geoffroy Rivas (gafas gruesas y pelo canoso), Matilde Elena López y otros intelectuales de las décadas de 1940 a 1960. 

Como parte de las tertulias entre literatos y artistas plásticos en la San Salvador de la década de 1950, Cornejo se interesó por el trabajo pictórico de José Mejía Vides y Mario Escobar. Fue entonces cuando comenzó a reunir una de las más importantes colecciones privadas de arte salvadoreño, compuesta por óleos, acrílicos, acuarelas, grabados, pasteles y técnicas mixtas. Con varios amigos, a lo largo de los años 1950 y 1960 visitaban a Salarrué en los Planes de Renderos y le compraban algunos de sus óleos para que el artista pudiera ingresar efectivo a su hogar.

Ingresar a la casa familiar del maestro Cornejo en San Salvador era adentrarse en un hogar donde cada pared y espacio interior estaba decorado con esas decenas de pinturas, dibujos y cerámicas de diversos artistas nacionales. Además, en su biblioteca había muchas colecciones valiosas de revistas, periódicos y libros, que solía abrir con generosidad para que fueran consultados por académicos y estudiantes interesados en el desarrollo intelectual salvadoreño.

El maestro Cornejo delante de una parte de su colección de libros y revistas. Fotografía de abril de 2004, Archivo EDH.

Aunque nunca tuvo una formación especializada en crítica de arte, sus múltiples lecturas y sus conocimientos de teóricos del lenguaje y del desarrollo mundial de la plástica le brindaron elementos teóricos para afrontar y enfrentar la obra de diversos creadores nacionales, hombres y mujeres. Desde la década de 1970, muchas de sus opiniones y críticas solían aparecer en las tarjetas y catálogos de exposición de museos, pinacotecas y galerías privadas y públicas del país. No siempre esos comentarios fueron bien recibidos por los artistas comentados. En más de alguna ocasión, alguien dijo que si Brasil contaba con un Jorge Amado, El Salvador poseía a su propio Jorge Odiado. Eso reflejaba que Cornejo no era un hombre dócil y manipulable en cuanto a sus ideas, las cuales expresaba con estilete afilado, acompañado de argumentos teóricos de la mano de Umberto Eco y otros teóricos europeos del estructuralismo en adelante.

En noviembre de 1962, con Luis Gallegos Valdés y Eugenio Martínez Orantes formó parte del jurado que otorgó el segundo premio poético “Vicente Acosta” del II Certamen Cultural de la Asociación de Estudiantes de Humanidades de la Universidad de El Salvador. Dicha presea fue compartida por Alfonso Quijada Urías y David Escobar Galindo. Ese triunfo literario fue muy comentado en su momento, porque Escobar Galindo era estudiante de Jurisprudencia y Ciencias Sociales, pero Quijada Urías no estaba matriculado en el recinto universitario, por carecer del título de bachiller en Ciencias y Letras.

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Hombre de convicciones izquierdistas, en muchas ocasiones tomó parte en actividades de promoción intelectual desde grupos y asociaciones vinculadas con el proceso revolucionario salvadoreño durante las décadas de 1980 y 1990. Tras la firma de los acuerdos de paz, su presencia entre las comunidades de escritores y artistas plásticos se mantuvo. En 1999, formó parte del jurado del II Concurso de Arte Emergente–Premio Brasil de Pintura de la Embajada de Brasil, conferido en el Hotel Radisson Plaza, en la capitalina colonia Escalón. El resto de ese equipo evaluador estuvo formado por el artista plástico Rolando Reyes, la abogada brasileña Dra. Vanda Guiomar Pignato, el embajador brasileño Dr. Luiz Enrique Pereira da Fonseca y su esposa.

Durante seis décadas, textos literarios y críticos suyos fueron publicados por revistas como Hoja, Amate, Taller de Letras, Presencia, Vida Universitaria y diversos periódicos, programas televisivos y radiofónicos.
La mayor parte de esos poemas, ensayos y críticas la reunió después en dos poemarios, titulados El libro de los madrigales (poemas de amor, San Salvador, 1982, 113 págs.) y Poemas para esperar el alba (San Salvador, 1989), así como en su opúsculo Mario Escobar, pintor salvadoreño (1980, 20 págs.) y en su volumen de ensayos La pintura en El Salvador (San Salvador, 1999, con presentación de Francisco Andrés Escobar).

Portada del poemario amoroso de Cornejo, publicado en 1982.
Portada del segundo poemario del maestro Cornejo, publicado en 1989.
Aparecido en 1999, esta colección de ensayos acerca de pintores salvadoreños y sus obras es un libro clásico de la crítica nacional de arte.

Tras permanecer ingresado durante varias semanas en el Hospital Médico-Quirúrgico del Instituto Salvadoreño del Seguro Social, el maestro Cornejo falleció el 2 de agosto de 2005.

Tras su deceso, parte de su colección bibliográfica y hemerográfica le fue donada al Museo de Arte de El Salvador (MARTE), en su sede en la colonia capitalina San Benito. La pregunta que aún sigue sin respuesta es cuál fue el destino de su valiosa colección de arte salvadoreño. Hacer esa pregunta no es una cuestión baladí, si se considera que en aquellos muros interiores de su hogar se alojaban dos de las más importantes grupos de obra plástica de José Mejía Vides, Salarrué y Mario Escobar. ¿Qué fue de todos esos cuadros en las casi dos décadas transcurridas desde su fallecimiento?

En el presente, el nombre de Jorge A. Cornejo ha sido injustamente olvidado y, poco a poco, se ha borrado de la escena cultural nacional. Ninguna sala de exposiciones, museo, galería universitaria, calle, avenida o plaza de su natal Usulután o de su adoptiva San Salvador ostentan su nombre y recuerdan su paso por la vida y por la cultura de la República de El Salvador.

Muchas Gracias
El autor extiende un agradecimiento especial para la Biblioteca “Florentino Idoate, S. J.”, de la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas (UCA), por proporcionar las versiones digitalizadas de las portadas de los libros de Cornejo que acompañan a estas líneas. 

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