Probablemente (aunque hoy día todo es posible), a nadie pase como desconocida esta cita tan común en las obras del celebre Sir Arthur Conan Doyle, en su no menos celebre conjunto de novelas detectivescas sobre el personaje victoriano, residente (en la ficción) en el 221B de Baker Street, en Londres: Sherlock Holmes, quien a través de un impecable método socrático cuestionaba sobre los diferentes hallazgos relativos al misterio de turno a ser resuelto a su inseparable socio de aventuras, el médico John H. Watson; quien posterior a responder con una mezcla de conocimiento, deducción e intuición, recibía la invariable sentencia: “Elemental mi querido Watson”, en clara referencia, un tanto petulante, a lo básico de las respuestas del galeno.
Esta vez las ideas entretejidas en este artículo no irán dedicadas ni a los personajes ni a sus aventuras, pero si a otro “médico”, de apellido Watson, siendo que lo coloco entre comillas porque aunque no es en el sentido estricto de la palabra, un galeno titulado, posee los conocimientos acumulados que no podría tener por las limitantes físicas, ninguno de carne y hueso.
Me refiero a Watson, la súper computadora de IBM que es capaz de superar a un médico por brillante que sea, en el tema de hacer diagnósticos, porque puede basarse en una comparación de resultados que se obtuvieron con cientos de millones de casos similares, mientras que un médico bien formado puede hacer diagnóstico a partir de “su experiencia” con 300 o quizá hasta con 3000 pacientes de características similares. Mientras la computadora de IBM que desde hace varios años se está usando para diagnósticos en varios hospitales de Estados Unidos, llega a la conclusión de que a 300 millones de pacientes les fue mejor con una pastilla determinada que con otra, su diagnóstico será mucho más seguro que el de un médico humano. Lo anterior según lo referido por Andrés Oppenheimer en su último libro ¡Sálvese quien pueda!
Y no solo este autor, también Jonathan Cohn, en su publicación titulada “El robot lo verá ahora” (en contraste con “el doctor lo verá ahora”), publicado en The Atlantic, el 2013, manifiesta que: “Y, por tratarse de una máquina de inteligencia artificial, Watson no sólo lee en un instante todo el material disponible sobre un trastorno médico determinado y hace sus recomendaciones, sino que sigue paso a paso el tratamiento de pacientes y aprende de sus resultados. Watson está aprendiendo constantemente, de la misma manera en que aprendió de forma gradual hasta que le ganó a los campeones mundiales de ajedrez y de Go. Y cuando diagnostica una enfermedad y aconseja tratamientos, muchas veces lo hace ofreciendo varias posibilidades con sus respectivos niveles de certeza”.
Y me permitiré hacer una tercera cita, la de las predicciones de Vinod Khosla, el multimillonario innovador tecnológico de Silicon Valley: “la tecnología reemplazará 80% de las tareas que hoy realizan los médicos no significa que 80% de los médicos perderán sus trabajos. Más bien significa que sus tareas rutinarias, como los chequeos médicos, los exámenes, los diagnósticos, la prescripción de medicamentos, los programas de modificación de comportamiento y la centralización de datos, las llevarán a cabo de manera mucho más eficaz las máquinas inteligentes”.
Y entonces, la pregunta que yo mismo me hago como médico es: ¿Qué tendremos que hacer para no quedarnos sin trabajo?, a lo que quizá un agudo lector podría decir: ¡hacer el 20% restante del trabajo, que no harán las computadoras! Pero socráticamente esto nos lleva a otra pregunta: ¿Qué constituye ese 20%? Y aquí, más que agudeza se necesita perspicacia, porque es bueno recordar que muchos pacientes, por no entrar a mencionar porcentajes que no dejan de ser meras especulaciones, requerirán que todos los datos brindados por los médicos computarizados les sean interpretados; se verán abrumados con tanta información procedente de las apps, las cuales podrán acceder desde sus propias casas y que la obtendrán “sin filtro”, sin empatía, sin compasión, sin prolegómenos de ningún tipo.
Otra cosa que dicen los tecnooptimistas en el tema de la medicina dominada por las computadoras es que los médicos tendremos que aprender de programación, de ingeniería, de data y de muchas otras cosas que en estos momentos no están en el pensum de la inmensa mayoría de las facultades de medicina en el mundo.
Esto quiere decir que los médicos necesitaremos ser muy resilientes para sobrevivir a los nuevos tiempos, darwinianamente hablando. Pero esa resilencia será más fácil desarrollarla basada en una sólida formación, no solo en la escuela de medicina o en el residentado, sino desde la educación primaria y media.
Una persona que considera que tiene los conocimientos suficientes y además la capacidad de adaptarse a los retos que la vida le presente, que ha sido “entrenado” para ello, no teme enfrentar los cambios. Como bien lo expresa la sabiduría popular: “el ave canta aunque la rama cruja”, “el perico dondequiera es verde”.
Entonces bien, nada de miedo, hay que emprender una cruzada de “entrenamiento” de las juventudes que pretenden estudiar carreras sanitarias, así como de los mismos que ya estamos en dichas faenas; deberá ser adaptando los programas de formación a la realidad no de hoy, sino de los próximos 5, 10 ó 20 años que hemos de enfrentar.
Habrá que cambiar el obsoleto sistema educativo que tenemos desde hace décadas, que no ha mejorado, al contrario, va en permanente retroceso. Necesitamos un sistema que prepare a los individuos desde su temprana infancia para cualquier tipo de reto que quieran asumir, con las competencias de un mundo globalizado y computarizado; no para competir con la inteligencia artificial, que es una locura, sino para valerse de ella, controlarla y operativizarla, lo cual es “elemental mi querido Watson”.
Médico Nutriólogo y Abogado de la República