El encabezado de este artículo corresponde a la cita: "La definición de la locura es hacer la misma cosa una y otra vez esperando obtener diferentes resultados", la cual se atribuye a Albert Einstein, aunque realmente es apócrifa; hecho que en ningún momento resta verdad a su contenido.
Una cosa es la repetición entendida como práctica, que sin duda termina generando habilidades, destrezas, experiencia, hasta llegar al dominio y la maestría, de un deporte, arte, ciencia, habilidad, etc.; otra muy diferente es la repetición de una acción, de una fórmula, de un experimento, que por haber sido diseñado con ausencia de la consideración de todos los elementos involucrados (más aún cuando se trata de conductas humanas), ha venido fracasando una y otra vez que ha sido ensayado. A esto último se le conoce como necedad.
La necedad es una actitud impropia que adoptan algunos individuos, que son tercos e insisten en llevar a cabo un proyecto u objetivo sin medir las consecuencias ni tomar en cuenta los consejos dados, por lo que actúan de manera torpe e, incluso, ignorante.
Y dentro de este tipo de actitud necia puede incluirse, ya no a título de acción unipersonal, sino como acción coordinada de parte de organizaciones, la promoción reiterativa de políticas públicas tendientes a la imposición o incremento de impuestos, como medida que fallidamente ha venido tratando de cambiar conductas humanas; sin importar si el aparente propósito es o no legítimo, ya que al final lo que está bajo análisis es la incompetencia del método, porque no olvidemos que “de buenas intenciones está empedrado el infierno”, de San Bernardo de Claraval (aunque puede ser otro el autor).
Para cambiar conductas se requiere un amplio conocimiento del funcionamiento del cerebro, que debería de aplicase a estas propuestas del sistema “garrote-garrote”, en una primera instancia, y luego “garrote-premio”, en la última modalidad de recomendar (como lo está haciendo la OMS en su última propuesta sometida a consulta pública recientemente) que se impongan impuestos a los alimentos que ellos consideren “no saludables” (garrote), para financiar con ello la compra de alimentos que ellos consideran “saludables” (premio); como si con ello bastase para cambiar las conductas alimentarias de las personas, que tienen componentes básicos de reacciones a nivel cerebral, ligados fuertemente a funciones cognitivas, relacionadas con liberación de neurotransmisores, experiencias aprendidas, procesos atencionales, etc.
De aprovechar de manera integral los conocimientos que brinda la neurociencia, se entendería que emplear la amenaza o el miedo para cambiar conductas, solo tiene un efecto temporal sobre el comportamiento de las personas; que la evidencia ha demostrado que las señales que tratan de “infligir” miedo o evocan lo “oscuro”, pueden y de hecho terminan generando, posterior al deseado miedo, rechazo, quizá hasta odio y finalmente puede haber una total desvalorización a nivel cerebral de la existencia de dichas señales.
Por otro lado, valerse de una modificación en la trillada propuesta, a través de incluir la premisa que los fondos recaudados por medio del cobro de impuestos servirá para subsidiar los alimentos saludables, es cuando mucho, ingenua, pero más bien parece una maliciosa falacia; peor aún cuando se toma en cuenta que dichos subsidios no van dirigidos a promover la producción agroindustrial de alimentos locales, para ser coherentes con la promoción de la seguridad alimentaria y nutricional, sino que promociona el uso de cupones, vales u otros similares. Este tipo de medidas populistas no han sido exitosas ni siquiera en países que tienen sistemas bien organizados, como es el caso de Estados Unidos de Norteamérica con sus “food stamps”, menos lo será en otras latitudes, donde el fin último será propagandístico, sino es que terminan sacando mayor provecho los grupos mafiosos; algo así como, darle un arma cargada a un psicópata y luego extrañarnos de que haya provocado una masacre.
Ya es hora que todos: Organismos internacionales, ONG´s, gobiernos, gremios, industria, etc., entiendan que, la única manera real de promover cambios permanentes en la conducta de los individuos es a través de procesos educativos, que les permitan no solo aprender, sino también aprehender, los conceptos, los razonamientos, promover el proceso de atención que lleve a la generación de conciencia, sobre la realidad del individuo en cuanto a su alimentación y salud (interiorización) y de cómo comportarse en relación a los alimentos ofrecidos en el medio externo para lograr su beneficio (exteriorización).
Claro, eso no se genera de la noche a la mañana, necesita de un sistema educativo efectivo, de una interacción sana entre todos los actores; pero cualquier otra cosa que se proponga alejada de la realidad del comportamiento humano, no es política pública, cuando mucho, es politiquería.
Médico Nutriólogo y Abogado de la República