El efecto Flynn, conocido como el progreso anual de las puntuaciones de cociente intelectual, en diversas culturas, se basó en una serie de investigaciones realizadas en el Reino Unido desde 1938 hasta 2008 estimó la tasa de crecimiento en torno a 2 o 3 puntos de CI por década. Pero este ascenso un día se detuvo, y algo más preocupante: comenzó a bajar…
Un documental de Deutsche Welle, reunió a diversos especialistas, neurólogos, psicólogos, neurocientíficos y plantó la hipótesis: ¿nos estamos volviendo más tontos?, ¿nos estamos idiotizando?, ¿Qué evidencias hay?.
Paradójicamente, mientras hay evidencia que la inteligencia humana se estancó y comienza a involucionar, aparecen nuevas tecnologías muy sofisticadas; y al parecer los mismos cambios tecnológicos nos afectan. Por ejemplo, ya no memorizamos números telefónicos (tenemos la lista de contactos) o no utilizamos mapas (tenemos GPS); el móvil nos facilita estos procesos. Pero el ejercicio de memorizar números o utilizar mapas generaban ciertas conexiones neuronales que ya no las estamos haciendo y esto afecta nuestro desempeño en otras áreas. Como que la inteligencia artificial piensa demasiado por nosotros…
Pero si la inteligencia está en decadencia, ¿qué es la inteligencia?; la literatura nos da referencias, veamos tres puntos de vista: 1) “capacidad mental que incluye la habilidad de razonar, planificar, resolver problemas, pensar en abstracto, comprender ideas complejas” (L. Gottfredson); 2) “comportamiento adaptativo dirigido a metas” (Sternberg y Salter); y 3) “el conjunto de habilidades para adaptarse al entono” (Humphreys).
Alfred Binet en 1904 desarrolló el primer test de inteligencia, con la intención no de encontrar a los más inteligentes, sino identificar a los niños (as) con problemas o retrasos en lectoescritura y aritmética y ofrecerles educación especial. Ya entre 1914 y 1918 se utilizaron estas pruebas para medir habilidades y capacidades para el uso militar. Posteriormente, ya a mediados del siglo XX se comenzaron a utilizar perversamente con fines de “higiene racial”.
Hoy la psicometría y la amplia gama de baterías de test psicológicos se utilizan en procesos de admisión, en apoyo psicoterapéutico, en procesos judiciales, diagnósticos, etcétera; utilizando números, ejercicios lingüísticos, figuras, movimientos abstractos, preguntas, se explora la mente para llegar a un Coeficiente de Inteligencia. Algo se mide, con limitada comparabilidad, pero no todo, aspectos emocionales, creatividad, se sueles escapar a estas mediciones.
Los resultados de test se visualizan estructuralmente en una curva normal o campana de Gauss; muchos en el medio, pocos en los extremos; un CI superior a 130 es extraordinario o con capacidades excepcionales, debajo de 70 hay problemas de aprendizaje; estos extremos están apenas en el 2% de la población.
De 1930 a 1984, según Flynn, la inteligencia promedio global fue aumentando, conforme avanzó la ciencia, mejoró la alimentación, mejoraron los sistemas educativos, cambiaron los sistemas laborales (más abstractos), y todo esto permitió más exigencia cerebral y más y nuevas conexiones neuronales y más enlaces sinápticos.
Pero entre 2004 y 2008, investigadores noruegos detectaron que el efecto Flynn se detuvo, la inteligencia dejó de crecer; se reajustó la psicometría, pero los valores se estabilizaron y descendieron levemente; la pregunta fue ¿por qué?.
Entre 2016 y 2018, el psicólogo Heiner Rindermann comenzó a investigar las causas; y las respuestas más o menos se enmarcaron en las siguientes causas e hipótesis: 1) Interruptores endocrinos en la tiroides contaminados con productos químicos, pesticidas y micro plásticos en la alimentación; 2) Teléfonos móviles y tecnologías, hay basura digital; el experimento de Stanford con tres grupos de estudiantes (unos con uso pleno, otros con uso restringido y un tercer grupo sin teléfono) demostró que los estudiantes sin teléfono lograron un mejor desempeño en test de inteligencia (los móviles son una excelente herramienta pero también idiotizan); 3) Leemos menos, y vemos más videos e imágenes.
En el estudio que realizamos sobre “Humor Social, cosmovisión e ideología” (2021), en el área de neurociencia con ocho neuro marcadores descubrimos que las áreas con más bajo desempeño de los salvadoreños son: Pensamiento espacial y pensamiento secuencial temporal. Esto puede estar asociado a bajas habilidades vinculadas con la telefonía móvil por el uso de GPS, calculadora, etcétera y, obviamente, falta de conexiones neuronales, estímulos o reacciones o de ejercicios mentales en estos campos. El aprendizaje justamente es conexiones entre estímulos y reacciones, un comportamiento activa nuevos estímulos y si dejo de hacerlo se pierde; el aprender cambia el cerebro.
Hay una disposición genética o techo; la inteligencia también tiene sus límites, pero debemos luchar con los enemigos de la inteligencia, desde la casa y la escuela; darle un lugar y un tiempo adecuado al móvil y buscar alimentos más sanos. También incorporar ejercicios cognitivos para lograr las conexiones necesarias; a pesar de que exista el GPS enseñemos geografía con mapas y trabajemos la ubicación temporal y espacial; leer más, mucho más y crear programas de fomento a la lectura. Agregaría la educación artística, que fomenta la creatividad, la imaginación y la epistemología.
La plasticidad cerebral es la capacidad que tiene el cerebro para recuperarse, reestructurarse y adaptarse a nuevas situaciones; aprender es resolver situaciones y problemas, crear símbolos y también darle nuevos significados a las realidades. Cuando aprendemos algo nuevo, las neuronas forman redes para comunicarse entre sí y, al poner en práctica esta nueva enseñanza, estas se fortalecen facilitando su interconexión y comunicación, lo que permite desarrollar de manera más fácil esta nueva tarea o habilidad adquirida. Es decir, cuando el cerebro recibe estímulos, se ejercita el aprendizaje y la memoria a largo plazo.
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Investigador Educativo/opicardo@asu.edu