Érase una vez, allá por los lejanos y convulsos Años Ochenta, cuando surgió una figura del fútbol salvadoreño que creció para convertirse en leyenda: Jorge “el Mágico” González. No obstante, la humillación por la goleada 10-1 que sufrió la selección salvadoreña en su debut en la Copa del Mundo “España ‘82”, el Mágico se quedó en la Extremadura para desarrollar su buen fútbol y convertirse en una estrella internacional que ha inspirado durante años a generaciones de jóvenes futbolistas.
Si se le pregunta a cualquier joven sobre ¿quién es el Mágico?, le responderá sin titubear: el gran futbolista Jorge González; pero si se le pregunta que mencione los tres más importantes científicos de El Salvador seguramente guardarán un incómodo silencio. Aparentemente los salvadoreños -y latinoamericanos por extensión- no somos capaces de producir un Mágico, un Maradona, un Messi, un Neymar… de las ciencias. ¿Por qué?
Esa pregunta la hizo el presidente del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), cuestionando que es curioso que Latinoamérica está produciendo los mejores jugadores del mundo, pero no es capaz de crear una horneada de científicos que compitan en las grandes ligas de aportes intelectuales a sus economías: apenas el 2.4% de toda la inversión mundial de investigación y desarrollo tiene lugar en Latinoamérica y el Caribe.
Para que entendamos cabalmente lo que significa ese paupérrimo porcentaje, vale la pena compararnos con el resto del mundo: 37.5% de la inversión mundial en investigación y desarrollo se realiza en Estados Unidos y Canadá; el 25.4% en Asia. Resultando particular el caso de Israel, minúsculo país rodeado de enemigos, con sus apenas 8 millones de habitantes, registra más solicitudes de patentes de nuevas invenciones que todos los países latinoamericanos y caribeños juntos, a pesar de que la región tiene en total más de 650 millones de habitantes y más de 20 millones de kilómetros cuadrados de extensión y no tenemos guerras ni enemigos, con una historia, lenguaje y religión comunes, lo que debería -en teoría- permitirnos una fluida circulación de ideas, personas y capitales…pero aparentemente, eso es algo que los caciques locales de cada pequeña parcela en que está dividida esta sufrida y atrasada región del mundo, no ven conveniente para sus intereses económicos o políticos.
¿Qué estamos haciendo mal? Pues evidentemente, mucho. Tenemos que mejorar nuestro marco legal para que se haga más amigable para el registro de la inversión privada. Tenemos que mejorar nuestra seguridad jurídica y el Estado de Derecho, ya que ningún inversionista arriesgará millones de dólares en inversión si conoce que éstos estarán al arbitrio de la autoridad de turno y de unos jueces que les tiembla el pulso ante el poderoso a la hora de cumplir y hacer cumplir la ley.
Tenemos que mejorar nuestro sistema educativo de raíz, pasándolo del sistema prusiano que procura la generación de mano de obra sumisa y obediente, a un sistema laico y moderno que procure crear un alumno inquieto intelectualmente, cuestionador, creador, orientado a la investigación y al uso de la tecnología. Se debe adoptar el inglés como idioma nacional junto al castellano, para que nuestros hijos tengan capacidad de trabajar de forma remota o presencial para cualquier empresa internacional.
Se debe dignificar el magisterio. Ser un profesor debe ser un cargo verdaderamente honorífico, ya que en sus manos está el desarrollo y futuro de nuestro país. Los profesores deben de ganar bien (de hecho, más que el promedio de prestadores de servicios), pero, al mismo tiempo, deben aceptar ser calificados y sometidos ellos mismos a constantes evaluaciones académicas y psicológicas que prueben que están capacitados para tan importante y delicado cargo.
Profesores y los alumnos, incluyendo los de escuelas públicas, deben de estar expuestos a los avances tecnológicos, lo cual se consigue no solo mediante el uso y acceso irrestricto de internet, sino por medio de becas pagadas con fondos públicos, para que estos se eduquen en Singapur, Japón, Taiwán, Corea del Sur, Israel, Canadá, Estados Unidos y Europa. Para que vean y palpen el futuro y obtengan la sensación de “si se puede” hacer eso en nuestro país.
A las empresas que inviertan en investigación se les deben conceder beneficios fiscales reconociendo el “gasto” en investigación (cosa que no se hace hoy), incluyendo aquellos gastos que terminan en “fracaso”, ya que, de suyo, es imposible que toda investigación termine en un producto comerciable. En materia de investigación y desarrollo, el éxito convive junto al fracaso y los dos son igual de valiosos.
Crear una cultura de innovación que aliente de creatividad no es una tarea tan difícil como parece. Primer paso: enseñemos a los jóvenes a admirar a los científicos de la misma forma que admiran a los futbolistas.
Abogado, Master en leyes/@MaxMojica